martes, 13 de junio de 2017

Nuestra cita cotidiana

El muñeco, la tragedia  y la agresión 

Ayer  fui al club de los profesores de  la universidad, el  médico me recomendó tomar un poco más de sol y engordar un par de Kilos. Además sufría de una congoja emocional; a veces me siento sola o muy sola, necesitaba cambiar de ambiente e interactuar.
Me llegó la mala noticia cuando estaba  frente a la piscina.  Aún tengo el corazón encogido. La muerte súbita segó la vida de un profesor y amigo:  una isquemia cerebral, tenía sesenta y seis años. Felizmente había pasado una hora en su compañía hace unos días.
A Carlos lo tuve abandonado,  no  pensé   en enviar un mensaje  para  informar que andaba de funeral, el pobre preocupado y yo despistada y triste. No está bien lo que hice.

Agosto de 1978 
En una cerca viva, hecha  de árboles de pomarrosas,  se marcaba el límite entre la finca de mi familia y los  Niños Ramírez. Tropecé  con un muñeco grande  con cabello, sucio, cubierto de fango rojo. Lo recogí. En el riachuelo  que atraviesa la finca lo lavé con un cariño y un cuidado como si de un ser vivo se tratara. En casa lo escondí en un hermoso baúl de madera y hierro forjado, que construyó mi abuelo Emiliano, el padre de mi madre. Era un ingeniero sin título, reparó el primer frigorífico que llegó a Venezuela, diseñaba  y construía máquinas   para moler café y maíz etc. Yo no poseía  juguetes, mi padre contabilista, tenía como cargo la   dirección de finanzas y bienes del Estado, un empleo muy bien remunerado y de confianza del gobernador, además vendía y compraba terrenos.
Así como se ingresaba dinero también se gastaba, se sufragaba la hipoteca de la finca, el coche, la Universidad de mi hermana la mayor y  el alto coste del tratamiento de Fidelita. A mi breve  edad comprendía la situación familiar. No exigía ni pedía juguetes; yo  me los hacías, tomaba el barro y  amoldaba  dos pelotitas. De una hacía la cabeza y de la otra el cuerpo. Las patas, los brazos y el cuello los hacía con varas delgadas y cortas de las plantas de café, que incrustaba en las pelotitas. Pintaba los muñecos con las acuarelas de mi hermana Lidia.
 Jugaba  todas las tardes a escondidas con mi nuevo muñeco Pipi, así lo nombré. Lo  hice mi cómplice, me sentía feliz con mi nuevo amigo.
Mi madre  descubrió el muñeco que había encontrado;  supo inmediatamente que pertenecía a la hija del vecino.  Me agarró por un brazo  y a empujones, golpeando mis piernitas con una correa fina de cuero crudo, como una fusta. Caminamos unos 400 metros  hasta la casa de Jesús Niño, me hizo entregar el muñeco, presentar disculpas y jurar que no volvería a robar.
El vecino protestó:
-         Señora  Carmen no le  pegue más,  ella es una niña, no sabía que estaba hurtando el juguete.
Mi madre tenía la respuesta preparada:
-         ¿Cómo que no sabía si lo escondió?; esta  es más lista  que el hambre,  yo no crio delincuentes.
El señor Jesús tomó mi mentón con ternura  y  dijo:
-          Anda  bonita, no llores. Yo  el  lunes voy al centro y te compro uno igual.
Yo pensaba  que se burlaba y torcí la boca. La golpiza fue tan brutal que sacó sangre de mis piernas.
A los tres días, el señor Jesús  llamó  a casa, yo salí antes que mi  madre y encontré al amable vecino.
-         Mi burusa  aquí tienes tu muñeco.
Salté para recompensarle con beso acompañado de abrazo. Mi madre se interpuso:
-         Iris –Su tono no admitía réplica- ¡devuelve el muñeco!
El señor Jesús trató de mediar
-         No. Es un obsequio. Yo se lo prometí. Ella ya comprendió  que no debe coger  juguetes ajenos sin permiso.
Yo sentía que esas palabras entrecortadas por la mirada justiciera de mi madre no cambiarían la decisión inapelable que había tomada la última. Me aferré al muñeco fuertemente y dejé muy claro que no tenía intención alguna de devolverlo, porque era mío.
El intruso recogió la “santa” ira de mi madre:
-         Usted no puede venir a mi casa para enseñarme a educar a mis hijas. – Recurrió a un silencio estudiado- Está premiando a Iris por robar el muñeco de su hija – El nuevo silencio sirvió para marcar el anatema-  ¡Alcahuete!
Los  dos se enzarzaron en una bullaranga y una discusión sin sentido hasta que mi padre, alertado por los gritos, salió y puso orden 
-         ¿Qué pasa aquí, carajo?
El señor Jesús explicó. Mi padre decidió que yo me  quedara con el muñeco y agradeció al vecino el gesto.
Carmen,  una mujer orgullosa que siempre creía tener  la razón, se molestó con mi padre  por más de una semana  y al vecino no le habló en muchos años. Ambos habían desautorizado  su poder como madre.
Yo fui la niña más feliz, ya no tenía que esconder a pipi. En diciembre y para los reyes, mi papá y mamá me sorprendieron con muchos juguetes, la cosecha de café fue rentable hubo  dinero  extra para obsequios navideños.
Nunca he juzgado a mis padres;  ambos vienen de hogares disfuncionales y alcoholizados. Carmen fue abandonada por mi abuela a los nueve  años y Emiliano, su padre, se consoló en el alcoholismo.  Mi padre  hijo de inmigrantes, españoles rusos. Nació en parto complicado porque sus miembros inferiores se enredaron con el cordón umbilical. El nuevo nato lo pagó en sus carnes y en su alma. Por la misma causa moría su madre, Antonia, seis años después del desgraciado incidente y fue sustituida por una madrasta, Angelina, que nunca acogió como hijo.
Era un pobre niño, huérfano de madre a los seis años, con un  padre, Fidel, frío, celoso y alcohólico social. Seguía el modelo del abuelo   Abrahán, no recuerdo que me haya dado un beso jamás. Esa distancia emocional marcó en mí la forma de atraer pareja.

Diciembre de 1999
Se había consolidado el noviazgo entre Giuseppe y yo. El día de mi cumpleaños, el 16,  él me pidió que nos casáramos. Acepté. Fijamos la fecha de matrimonio  para mayo. Nuestra relación fue hermosa, llena de complicidad, sin celos, sin tenencias. Nunca hubo “esto es mío”, “esto es tuyo”. Su padre, Antolín, tenía fábricas de hacer zapatos de muy buena calidad en tres  Estados de Venezuela y una importadora de  comida española e italiana para los inmigrantes. El dinero no era un problema en esa familia.
Antolín de unos 74 años y yo nos adorábamos, Giuseppe se parecía a su padre  carácter amable, tranquilo, amoroso y de juicio justo. Yo comencé a estudiar italiano, quería integrarme bien en la familia; entre ellos, en casa, solo se hablaba italiano para no perder el idioma paterno.
En Febrero, Giuseppe me invitó al cumpleaños de su amigo Genaro, en una hacienda de plátano y papaya en Santa Bárbara de Zulia.Yo tenía que preparar mi lectura de tesis. Era lunes, le pedí que no asistiera a mi tesis  y que disfrutara con sus amigos, se lo merecía. Giuseppe trabajaba mucho  además de dar clases, él  y su hermana gerenciaban de forma  exitosa la importadora.
Giuseppe tenía la costumbre  de  llamar o enviar mensajes. El día que leí la tesis, lo llamé y no respondió. Un frío escalofriante presagiando desgracia corrió  por mi cuerpo.Llamé a mi suegro, él también estaba muy impaciente.
El martes a las 3 de la mañana, Antolín, roto en llanto me informó que Genaro, Giuseppe y Juan habían perecido en un accidente de tráfico a unos kilómetros  de la Hacienda. Quedé destruida y hasta el día de hoy una parte de mi se siente culpable de su muerte, si  hubiese asistido a mi tesis seguro viviera y estuviéramos casados.
Meses después conocí a Rodolfo el pintor, yo no había superado la tragedia, y me arrimé a los primeros brazos que me dieron algo de cariño.
Rodolfo 20 años mayor, un ingeniero exmilitar de la aviación, divorciado, experto en medios audiovisuales, de familia de artistas, pintaba y esculpía como los ángeles. Sus pinturas son muy bien cotizadas en Venezuela y en el extranjero
Al mes de relación me armó un sirio  de muy señor mío, por  mi forma vestir. Según él “así no se viste una mujer decente”. Sus  celos, control e inseguridades iban en aumento. A los 4 meses y medio decidí que esa relación  tenía que terminar, mi autoestima estaba destruida, yo no sentía amor.
Nos citamos, fuimos a Capacho, un pueblo a hora y media de mi casa. El se retiró a cinco  kms más arriba, hacía la montaña, aislados de la civilización, aquí hablamos con más tranquilidad  ¿Te parece?
En el coche le plantee  que no deseaba continuar con la relación, no toleraba más sus celos y sus escenas histéricas.  Se bajó del coche.Miró algo en la cajuela: ahí solo guardaba herramientas. Me refugié en el sillón del conductor y grité:
-         No vale la pena ir a la cárcel por indeseable
 Sentí pavor y le supliqué que nos fuéramos de ese lugar tan retirado. Aceptó
- Vamos al  restaurante de la posada la molinera  está aquí cerca tomamos algo, cenamos  y nos despedimos como amigos.
Nos ubicamos en la barra, Rodolfo comenzó a tomar Vodka con sangría, yo bebí un zumo de naranja y pedí algo para cenar eran las 8 de noche.
El camarero intervino:
-         Señor, por favor. No  podemos vender más copas, haga caso a su novia, coma
-         ¿Cuál novia? Ella es una puta, yo sé que ustedes se conocen y se acuestan- empezó a gritar- desgraciada, perra, se revuelca con  mi hermano, mi primo y cuanta porquería encuentran, no vales nada.
Yo me retiré del restaurante hacia la calle. aspirando  parar un taxi.El salió, me cogió  por el brazo.Intentaba obligarme a  meterme al coche; estrelló mi mano contra la puerta. Forcejeamos y me  escapé. Me quité los zapatos altos y tiré la cartera, empecé a correr  hacia abajo. La calle era empinada Pedía ayuda
-         Corro peligro, por favor ayuda.
-          
Subía un taxi y el conductor abrió la puerta
-         Entre mija (hija), entre.
Una vez dentro del coche me sentí a salvo. El taxista, un viejo vecino conocido de la zona, llamó a la policía e informó de la agresión. Sonrió
-         Mija, vamos  a mi casa.Mi esposa es enfermera y curara su mano y mi brazo inflamado. Después iremos a comisaría.
-          
Yo temblaba de miedo.
La casa del taxista (Mario) era humilde, muy limpia y acogedora, su esposa  (Blanquita), me limpió la herida vendó mi brazo, me  dio un tranquilizante, chocolate caliente con galletas. Hacía frío, me prestó unas babuchas.
Llegó el policía, hermano de Mario, tomó  declaraciones
-         Mija duerma esta noche aquí con nosotros  y mañana la llevamos a su casa.
Ese día la vida me mostró las dos caras de la moneda: la violencia de género y el amor de esa pareja de sesentones Yo decidía si me traumatizaba o me llenaba de cariño.
Dormí en una cama de sabana verdes, soñé con Giuseppe “todo está bien mi pitufa”, así me llamaba cariñosamente
Desperté en profunda paz
Fue la primera y única vez que he padecido violencia de género
Unos días después, comprendí que yo reflejaba en Rodolfo la violencia que experimentaba en casa: mi madre y mi padre discutían a diario, pero no se golpeaban.
A las dos semanas de la agresión llegó una carta de correos informando que la Universidad de Málaga en Convenio con una Universidad  del Táchira, me aceptaban en el Doctorado de Economía Internacional, con un financiamiento del 80 por ciento

Se iniciaba una nueva etapa en mi vida, atrás quedaba tanta desolación. 

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