El muñeco, la
tragedia y la agresión
Ayer fui al club de los profesores de la universidad, el médico me recomendó tomar un poco más de sol
y engordar un par de Kilos. Además sufría de una congoja emocional; a veces me
siento sola o muy sola, necesitaba cambiar de ambiente e interactuar.
Me llegó la mala
noticia cuando estaba frente a la
piscina. Aún tengo el corazón encogido.
La muerte súbita segó la vida de un profesor y amigo: una isquemia cerebral, tenía sesenta y seis
años. Felizmente había pasado una hora en su compañía hace unos días.
A Carlos lo tuve
abandonado, no pensé en enviar un mensaje para
informar que andaba de funeral, el pobre preocupado y yo despistada y
triste. No está bien lo que hice.
Agosto de 1978
En una cerca viva,
hecha de árboles de pomarrosas, se marcaba el límite entre la finca de mi
familia y los Niños Ramírez. Tropecé con un muñeco grande con cabello, sucio, cubierto de fango rojo. Lo
recogí. En el riachuelo que atraviesa la
finca lo lavé con un cariño y un cuidado como si de un ser vivo se tratara. En
casa lo escondí en un hermoso baúl de madera y hierro forjado, que construyó mi
abuelo Emiliano, el padre de mi madre. Era un ingeniero sin título, reparó el
primer frigorífico que llegó a Venezuela, diseñaba y construía máquinas para moler café y maíz etc. Yo no
poseía juguetes, mi padre contabilista,
tenía como cargo la dirección de
finanzas y bienes del Estado, un empleo muy bien remunerado y de confianza del
gobernador, además vendía y compraba terrenos.
Así como se ingresaba
dinero también se gastaba, se sufragaba la hipoteca de la finca, el coche, la
Universidad de mi hermana la mayor y el
alto coste del tratamiento de Fidelita. A mi breve edad comprendía la situación familiar. No
exigía ni pedía juguetes; yo me los
hacías, tomaba el barro y amoldaba dos pelotitas. De una hacía la cabeza y de la
otra el cuerpo. Las patas, los brazos y el cuello los hacía con varas delgadas
y cortas de las plantas de café, que incrustaba en las pelotitas. Pintaba los
muñecos con las acuarelas de mi hermana Lidia.
Jugaba
todas las tardes a escondidas con mi nuevo muñeco Pipi, así lo nombré. Lo hice mi cómplice, me sentía feliz con mi
nuevo amigo.
Mi madre descubrió el muñeco que había encontrado; supo inmediatamente que pertenecía a la hija
del vecino. Me agarró por un brazo y a empujones, golpeando mis piernitas con
una correa fina de cuero crudo, como una fusta. Caminamos unos 400 metros hasta la casa de Jesús Niño, me hizo entregar
el muñeco, presentar disculpas y jurar que no volvería a robar.
El vecino protestó:
-
Señora Carmen
no le pegue más, ella es una niña, no sabía que estaba
hurtando el juguete.
Mi madre tenía la
respuesta preparada:
-
¿Cómo que no sabía si lo escondió?; esta es más lista
que el hambre, yo no crio
delincuentes.
El señor Jesús tomó mi
mentón con ternura y dijo:
-
Anda bonita, no llores. Yo el
lunes voy al centro y te compro uno igual.
Yo pensaba que se burlaba y torcí la boca. La golpiza fue
tan brutal que sacó sangre de mis piernas.
A los tres días, el
señor Jesús llamó a casa, yo salí antes que mi madre y encontré al amable vecino.
-
Mi burusa aquí
tienes tu muñeco.
Salté para
recompensarle con beso acompañado de abrazo. Mi madre se interpuso:
-
Iris –Su tono no admitía réplica- ¡devuelve el muñeco!
El señor Jesús trató
de mediar
-
No. Es un obsequio. Yo se lo prometí. Ella ya
comprendió que no debe coger juguetes ajenos sin permiso.
Yo sentía que esas palabras
entrecortadas por la mirada justiciera de mi madre no cambiarían la decisión
inapelable que había tomada la última. Me aferré al muñeco fuertemente y dejé
muy claro que no tenía intención alguna de devolverlo, porque era mío.
El intruso recogió la
“santa” ira de mi madre:
-
Usted no puede venir a mi casa para enseñarme a educar
a mis hijas. – Recurrió a un silencio estudiado- Está premiando a Iris por
robar el muñeco de su hija – El nuevo silencio sirvió para marcar el anatema- ¡Alcahuete!
Los dos se enzarzaron en una bullaranga y una
discusión sin sentido hasta que mi padre, alertado por los gritos, salió y puso
orden
-
¿Qué pasa aquí, carajo?
El señor Jesús explicó.
Mi padre decidió que yo me quedara con
el muñeco y agradeció al vecino el gesto.
Carmen, una mujer orgullosa que siempre creía
tener la razón, se molestó con mi
padre por más de una semana y al vecino no le habló en muchos años. Ambos
habían desautorizado su poder como
madre.
Yo fui la niña más
feliz, ya no tenía que esconder a pipi. En diciembre y para los reyes, mi papá
y mamá me sorprendieron con muchos juguetes, la cosecha de café fue rentable
hubo dinero extra para obsequios navideños.
Nunca he juzgado a mis
padres; ambos vienen de hogares
disfuncionales y alcoholizados. Carmen fue abandonada por mi abuela a los nueve
años y Emiliano, su padre, se consoló en
el alcoholismo. Mi padre hijo de inmigrantes, españoles rusos. Nació
en parto complicado porque sus miembros inferiores se enredaron con el cordón
umbilical. El nuevo nato lo pagó en sus carnes y en su alma. Por la misma causa
moría su madre, Antonia, seis años después del desgraciado incidente y fue
sustituida por una madrasta, Angelina, que nunca acogió como hijo.
Era un pobre niño,
huérfano de madre a los seis años, con un padre, Fidel, frío, celoso y alcohólico
social. Seguía el modelo del abuelo Abrahán, no recuerdo que me haya dado un beso
jamás. Esa distancia emocional marcó en mí la forma de atraer pareja.
Diciembre de 1999
Se había consolidado el
noviazgo entre Giuseppe y yo. El día de mi cumpleaños, el 16, él me pidió que nos casáramos. Acepté. Fijamos
la fecha de matrimonio para mayo.
Nuestra relación fue hermosa, llena de complicidad, sin celos, sin tenencias. Nunca
hubo “esto es mío”, “esto es tuyo”. Su padre, Antolín, tenía fábricas de hacer
zapatos de muy buena calidad en tres
Estados de Venezuela y una importadora de comida española e italiana para los
inmigrantes. El dinero no era un problema en esa familia.
Antolín de unos 74
años y yo nos adorábamos, Giuseppe se parecía a su padre carácter amable, tranquilo, amoroso y de
juicio justo. Yo comencé a estudiar italiano, quería integrarme bien en la
familia; entre ellos, en casa, solo se hablaba italiano para no perder el
idioma paterno.
En Febrero, Giuseppe
me invitó al cumpleaños de su amigo Genaro, en una hacienda de plátano y papaya
en Santa Bárbara de Zulia.Yo tenía que preparar mi lectura de tesis. Era lunes,
le pedí que no asistiera a mi tesis y
que disfrutara con sus amigos, se lo merecía. Giuseppe trabajaba mucho además de dar clases, él y su hermana gerenciaban de forma exitosa la importadora.
Giuseppe tenía la
costumbre de llamar o enviar mensajes. El día que leí la
tesis, lo llamé y no respondió. Un frío escalofriante presagiando desgracia corrió por mi cuerpo.Llamé a mi suegro, él también
estaba muy impaciente.
El martes a las 3 de
la mañana, Antolín, roto en llanto me informó que Genaro, Giuseppe y Juan
habían perecido en un accidente de tráfico a unos kilómetros de la Hacienda. Quedé destruida y hasta el
día de hoy una parte de mi se siente culpable de su muerte, si hubiese asistido a mi tesis seguro viviera y
estuviéramos casados.
Meses después conocí a
Rodolfo el pintor, yo no había superado la tragedia, y me arrimé a los primeros
brazos que me dieron algo de cariño.
Rodolfo 20 años mayor,
un ingeniero exmilitar de la aviación, divorciado, experto en medios
audiovisuales, de familia de artistas, pintaba y esculpía como los ángeles. Sus
pinturas son muy bien cotizadas en Venezuela y en el extranjero
Al mes de relación me
armó un sirio de muy señor mío, por mi forma vestir. Según él “así no se viste
una mujer decente”. Sus celos, control e
inseguridades iban en aumento. A los 4 meses y medio decidí que esa
relación tenía que terminar, mi
autoestima estaba destruida, yo no sentía amor.
Nos citamos, fuimos a
Capacho, un pueblo a hora y media de mi casa. El se retiró a cinco kms más arriba, hacía la montaña, aislados de
la civilización, aquí hablamos con más tranquilidad ¿Te parece?
En el coche le
plantee que no deseaba continuar con la
relación, no toleraba más sus celos y sus escenas histéricas. Se bajó del coche.Miró algo en la cajuela:
ahí solo guardaba herramientas. Me refugié en el sillón del conductor y grité:
-
No vale la pena ir a la cárcel por indeseable
Sentí pavor y le supliqué que nos fuéramos de
ese lugar tan retirado. Aceptó
- Vamos al restaurante de la posada la molinera está aquí cerca tomamos algo, cenamos y nos despedimos como amigos.
Nos ubicamos en la
barra, Rodolfo comenzó a tomar Vodka con sangría, yo bebí un zumo de naranja y
pedí algo para cenar eran las 8 de noche.
El camarero intervino:
-
Señor, por favor. No podemos vender más copas, haga caso a su
novia, coma
-
¿Cuál novia? Ella es una puta, yo sé que ustedes se
conocen y se acuestan- empezó a gritar- desgraciada, perra, se revuelca
con mi hermano, mi primo y cuanta porquería
encuentran, no vales nada.
Yo me retiré del
restaurante hacia la calle. aspirando
parar un taxi.El salió, me cogió
por el brazo.Intentaba obligarme a
meterme al coche; estrelló mi mano contra la puerta. Forcejeamos y
me escapé. Me quité los zapatos altos y
tiré la cartera, empecé a correr hacia
abajo. La calle era empinada Pedía ayuda
-
Corro peligro, por favor ayuda.
-
Subía un taxi y el
conductor abrió la puerta
-
Entre mija (hija), entre.
Una vez dentro del
coche me sentí a salvo. El taxista, un viejo vecino conocido de la zona, llamó
a la policía e informó de la agresión. Sonrió
-
Mija, vamos a
mi casa.Mi esposa es enfermera y curara su mano y mi brazo inflamado. Después
iremos a comisaría.
-
Yo temblaba de miedo.
La casa del taxista
(Mario) era humilde, muy limpia y acogedora, su esposa (Blanquita), me limpió la herida vendó mi
brazo, me dio un tranquilizante, chocolate
caliente con galletas. Hacía frío, me prestó unas babuchas.
Llegó el policía,
hermano de Mario, tomó declaraciones
-
Mija duerma esta noche aquí con nosotros y mañana la llevamos a su casa.
Ese día la vida me
mostró las dos caras de la moneda: la violencia de género y el amor de esa
pareja de sesentones Yo decidía si me traumatizaba o me llenaba de cariño.
Dormí en una cama de
sabana verdes, soñé con Giuseppe “todo está bien mi pitufa”, así me llamaba
cariñosamente
Desperté en profunda
paz
Fue la primera y única
vez que he padecido violencia de género
Unos días después,
comprendí que yo reflejaba en Rodolfo la violencia que experimentaba en casa:
mi madre y mi padre discutían a diario, pero no se golpeaban.
A las dos semanas de
la agresión llegó una carta de correos informando que la Universidad de Málaga
en Convenio con una Universidad del
Táchira, me aceptaban en el Doctorado de Economía Internacional, con un
financiamiento del 80 por ciento
Se iniciaba una nueva
etapa en mi vida, atrás quedaba tanta desolación.
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