La Aplicación
Táchira, Palo Gordo 2
de junio 6.30 de la mañana 12 grados
centígrados.
La exquisita fragancia
del café recién tostado me ha sacado de la cama. No lo tomo. Me deleita ese
olor. Mi sobrino Fernando es un excelente tostador. Conoce el producto de
nuestra finca, categoría gourmet, desde su más tierna infancia. Siempre le ha
gustado hacer algo que necesita mucho
cariño. El tostado artesano del café requiere su punto exacto. Así ocurre con
todas las exquisiteces que estamos perdiendo. Fernando ofrece esa delicia los
viernes. Necesitamos dos o tres quilos para el consumo familiar. La propiedad
nos vino por herencia materna.
Ver y oler es un
placer; aún mayor recibir la felicidad que reflejan rostro y gestos del “oficiante. Es feliz, pero
no se daba este gusto cuando se podía adquirir el producto, aunque no tan
exquisito. Lo intuyo por el olor.
Desde hace tres años,
un producto tan necesario en nuestros climas, escasea en las estanterías de los
comercios. Fernando hace que nuestra familia no sufra la falta.
Hay algo más. Es un
brillante abogado y transmitía su bien hacer como fiscal. Desgraciadamente lo
ha dejado, agobiado por jornadas de trabajo de doce horas y por la falta de todo.
Su esfuerzo se perdía tanto como un salario que no le permitía cubrir sus
necesidades. Ahora lo hace y disfruta, aunque conserva un lamento como el de
Quevedo cuando miraba “los muros de la patria mía”.
No quiero dejarme
invadir por la pena. Enciendo el ordenador portátil , miro los periódicos nacionales y locales, en
los últimos veo una noticia que
no me deja indiferente “los colegios
privados del Táchira presentan problemas
de funcionamiento por el alto coste de
la vida”. Leo el artículo. Un portavoz del instituto La Aplicación
enumera las dificultades. Esa
noticia me trae recuerdos de infancia. Respiro profundo y me meto en el muro de Carlos. Como casi siempre hay mucha
actividad. Comparto como he compartido mi perfumado despertar. La cita
cotidiana me entretiene un poco más y después siento la necesidad de comunicar
por su buzón privado.
El recuerdo seguía ahí lacerando mis pensamientos.
El Instituto La Aplicación fue fundado por Monseñor Fernández Feo, es
considerado como uno de los mejores colegios privados de Venezuela.
En la mañana del 9 de junio de 1983 contaba con 9 años y medio
de edad, había terminado mis estudios primarios, era una niña pequeña de
aspecto enjuto, con mucha energía, que
destacaba en los estudios. Mi madre, Carmen con vocación de maestra, me enseñó a leer y escribir con 3 años y
medio. A los 4 dividía con decimales. Me encontraba en el Instituto La Aplicación con mi padre, Fidel,
esperando la publicación de los resultados
del examen de admisión.
Sí, para estudiar ESO
y Bachillerato en este prestigioso Colegio había que someterse a duras pruebas
de selección. Una monja se acercó al pasillo principal y publicó en la
cartelera la calificación y el listado de los nuevos estudiantes. Mi nombre no aparecía,
mi padre que era el presidente de Unión Republicana Democrática (URD), tercera
fuerza política de Venezuela en la época, se crispó, pidió hablar con el
director del instituto o el encargado académico, un viejo cura español, fuimos atendidos de inmediato.
Entramos al despacho, el cura nos saludó muy amablemente,
nos invitó a sentar y nos ofreció tomar un café, mi padre fue al grano
Preguntó: “Por qué mi hija
Iris Pérez no se encuentra en el listado?
El cura nos miró
fijamente y expresó con la mirada: “ Ah! ella es Iris, es una pequeñaja!”.
Al cabo de un rato
dijo: “Lamento informar que su niña no obtuvo la calificación mínima”
Mi padre, educadamente, le solicitó los resultados de mis pruebas. El
cura respondió que no podía hacerlo, porque no estaba permitido en las
“políticas” de la institución. Mi padre
era un hombre audaz, un zorro político,
a él no se le engañaba fácilmente. Subió enérgicamente el tono de voz y exigió la verdad “¿Por qué Iris no aparece
en el listado?” El religioso comprendió rápidamente que no trataba con un tonto.
Respondió secamente:
-
Su hija obtuvo la nota más alta entre los 200
aspirantes, pero no puede acceder a nuestro selecto grupo de estudiantes, su
lugar de residencia es en la aldea Palo Gordo, un campo de cafetales y estudió
la primaria en una escuela rural.
-
-
Añadió como remate de faena:
-
-
- Los
niños del campo no pueden mezclarse con los nuestros, pertenecen a mundos
diferentes, se crean traumas y choques.
-
-
Terminó sentenciando: “nuestro deber es evitar el
dolor a los más débiles”. El mismo era consciente de que sus explicaciones no calaban y trató de arreglarlo, zalamero: “
-
-
- Pero, dado su
cargo político, puedo conseguir un cupo en el colegio María Auxiliadora, que es un internado para niñas como ella.
Mi acompañante dejó de contenerse, se agarró con fuerza a uno
de los brazos del curita y trató, sin esperanza, de explicar:
- Mi mujer y yo nos sentíamos agobiados
por la existencia “urbanitas”. Queríamos librar a nuestra prole de ese trauma.
Nos mudamos al campo. Eres un español clasista y manipulador. No representas al
Dios que dices adorar ni a la tierra de mi padre. Me das asco. Mi hija no estudiará en este colegio, no soportaría el hedor a mierda, que expulsaría todos
los días al llegar a casa después de recibir sus
enseñanzas, no lo toleraría, no, no lo toleraría.
Yo comencé a llorar,
me sentía culpable, sentía miedo de cómo iba a tomar la noticia mi madre, a
ella le hacía ilusión que yo estudiara en La Aplicación. Mi padre creía en la
educación pública, en la privada no. Me abrazó y me dijo:
-
No llores grilla,¿ no ves que te mereces algo mejor?
Las ironías de la
vida, a unos años de lo sucedido, La Aplicación atravesó por un descalabro económico y se vieron obligados
a dejar su elitista sede, a comprar un pequeño terreno y edificar una
modesta construcción en una incipiente Urbanización para profesores de Universidad Altos de
Paramillo ubicada en Palo Gordo, a 600 metros de la casa materna.
Mi reminiscencia se
disipa, regreso al 2 de de junio de 2017. Entro en twitter. Coloco información sobre la pobreza en México: cerca
del 50% de sus habitantes son pobres, más de 55 millones de ciudadanos. Mi
cuenta empieza a arder. Tengo que dejarla a mi pesar. Me toca escribir mi
segundo capítulo y hay el compromiso de la cita cotidiana.
A mediados de
enero publiqué en twitter unos
artículos y vídeos sobre la manipulación de
los medios de comunicación de masas y sus dueños.
Carlos comentó:
Gracias, Chiqui por visibilizar esta
información, vivimos en una sociedad robotizada, estamos huérfanos de cultura.
Me pareció interesante
su comentario, decidí retuitear todos
sus mensajes y leer su blog ese día, 18 de
enero, Carlos explicó que todo iba bien con el urólogo, que respondía bien al
tratamiento. Así me enteré que era un paciente de cáncer. Sentí empatía, mi
padre , ese hombre de fuerte carácter que
me defendió de los abusos de La Aplicación, murió de cáncer de hígado en 2008.
Le escribí : “ Doctor
gracias por sus artículos, me agrada lo que cuenta.Seguro usted y yo estaremos
en contacto”
Carlos respondió : “
dejemos los formalismos, somos colegas, no me trate de usted”
Se me caen las babas ante
ese aprecio.
Los cometarios de
Carlos siempre están bordados por un fino hilo de conocimiento, autenticidad y
ternura.
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