domingo, 4 de junio de 2017

Nuestra cita cotidiana

La Aplicación

Táchira, Palo Gordo 2 de junio 6.30 de la mañana 12 grados  centígrados. 


La exquisita fragancia del café recién tostado me ha sacado de la cama. No lo tomo. Me deleita ese olor. Mi sobrino Fernando es un excelente tostador. Conoce el producto de nuestra finca, categoría gourmet, desde su más tierna infancia. Siempre le ha gustado hacer algo que necesita  mucho cariño. El tostado artesano del café requiere su punto exacto. Así ocurre con todas las exquisiteces que estamos perdiendo. Fernando ofrece esa delicia los viernes. Necesitamos dos o tres quilos para el consumo familiar. La propiedad nos vino por herencia materna.
Ver y oler es un placer; aún mayor recibir la felicidad que reflejan  rostro y gestos del “oficiante. Es feliz, pero no se daba este gusto cuando se podía adquirir el producto, aunque no tan exquisito. Lo intuyo por el olor.
Desde hace tres años, un producto tan necesario en nuestros climas, escasea en las estanterías de los comercios. Fernando hace que nuestra familia no sufra la falta.
Hay algo más. Es un brillante abogado y transmitía su bien hacer como fiscal. Desgraciadamente lo ha dejado, agobiado por jornadas de trabajo de doce horas y por la falta de todo. Su esfuerzo se perdía tanto como un salario que no le permitía cubrir sus necesidades. Ahora lo hace y disfruta, aunque conserva un lamento como el de Quevedo cuando miraba “los muros de la patria mía”.

No quiero dejarme invadir por la pena. Enciendo el ordenador portátil , miro los periódicos  nacionales  y locales, en  los últimos  veo una noticia que no me deja indiferente “los  colegios privados del Táchira  presentan problemas de funcionamiento  por el alto coste de la vida”. Leo el artículo. Un portavoz del instituto  La Aplicación  enumera las dificultades.  Esa noticia me trae recuerdos de infancia. Respiro profundo y me meto en el muro  de Carlos. Como casi siempre hay mucha actividad. Comparto como he compartido mi perfumado despertar. La cita cotidiana me entretiene un poco más y después siento la necesidad de comunicar por su buzón privado.
 El recuerdo seguía ahí lacerando mis  pensamientos.  El Instituto La Aplicación fue fundado por Monseñor Fernández Feo, es considerado como uno de los mejores colegios privados de Venezuela.
 En la mañana del  9 de junio de 1983 contaba con 9 años y medio de edad, había terminado mis estudios primarios, era una niña pequeña de aspecto  enjuto, con mucha energía, que destacaba en los estudios. Mi madre, Carmen con vocación de maestra,  me enseñó a leer y escribir con 3 años y medio. A los 4 dividía con decimales. Me encontraba en el  Instituto La Aplicación con mi padre, Fidel, esperando la publicación de los resultados  del examen de admisión.
Sí, para estudiar ESO y Bachillerato en este prestigioso Colegio había que someterse a duras pruebas de selección. Una monja se acercó al pasillo principal y publicó en la cartelera la calificación y el listado  de los nuevos estudiantes. Mi nombre no aparecía, mi padre que era el presidente de Unión Republicana Democrática (URD), tercera fuerza política de Venezuela en la época, se crispó, pidió hablar con el director del instituto o el encargado académico, un viejo cura español, fuimos atendidos   de inmediato.
Entramos al  despacho, el cura nos saludó muy amablemente, nos invitó a sentar y nos ofreció tomar un café, mi padre fue al grano
Preguntó: “Por qué  mi  hija Iris Pérez no se encuentra en el listado? 
El cura nos miró fijamente y expresó con la mirada: “ Ah! ella es Iris, es una pequeñaja!”.
Al cabo de un rato dijo: “Lamento informar que su niña no obtuvo la calificación mínima” 
Mi padre, educadamente,  le solicitó los resultados de mis pruebas. El cura respondió que no podía hacerlo, porque no estaba permitido en las “políticas” de la institución.  Mi padre era un hombre audaz, un  zorro político, a él no se le engañaba fácilmente. Subió enérgicamente  el tono de voz  y exigió la verdad “¿Por qué Iris no aparece en el listado?” El religioso comprendió rápidamente  que no trataba con un tonto.
Respondió secamente:

-         Su hija obtuvo la nota más alta entre los 200 aspirantes, pero no puede acceder a nuestro selecto grupo de estudiantes, su lugar de residencia es en la aldea Palo Gordo, un campo de cafetales y estudió la primaria en una escuela rural.
-          
-         Añadió como remate de faena:
-          
-         -          Los niños del campo no pueden mezclarse con los nuestros, pertenecen a mundos diferentes, se crean traumas y choques.
-          
-         Terminó sentenciando: “nuestro deber es evitar el dolor a los más débiles”. El mismo era consciente de que sus explicaciones no calaban  y trató de arreglarlo, zalamero: “
-          
-         -          Pero,  dado  su cargo político, puedo  conseguir  un cupo en el colegio María Auxiliadora, que es un internado para niñas  como ella.

Mi acompañante  dejó de contenerse, se agarró con fuerza a uno de los brazos del curita y trató, sin esperanza, de explicar:
-          Mi mujer y yo nos sentíamos agobiados por la existencia “urbanitas”. Queríamos librar a nuestra prole de ese trauma. Nos mudamos al campo. Eres un español clasista y manipulador. No representas al Dios que dices adorar ni a la tierra de mi padre. Me das asco. Mi hija no estudiará  en este colegio, no soportaría el hedor  a mierda, que expulsaría   todos los días  al  llegar a casa después de recibir sus enseñanzas, no lo toleraría, no, no lo toleraría.
Yo comencé a llorar, me sentía culpable, sentía miedo de cómo iba a tomar la noticia mi madre, a ella le hacía ilusión que yo estudiara en La Aplicación. Mi padre creía en la educación pública, en la privada no. Me abrazó y me dijo:
-         No llores grilla,¿ no ves que te mereces algo mejor?

Las ironías de la vida, a unos años de lo sucedido, La Aplicación atravesó  por un descalabro económico y se vieron  obligados  a dejar su elitista sede, a comprar un pequeño terreno y edificar una modesta construcción en  una  incipiente Urbanización  para profesores de Universidad Altos de Paramillo ubicada en Palo Gordo, a 600 metros de la casa materna.
Mi reminiscencia se disipa,  regreso al 2 de  de junio de 2017. Entro en twitter. Coloco  información sobre la pobreza en México: cerca del 50% de sus habitantes son pobres, más de 55 millones de ciudadanos. Mi cuenta empieza a arder. Tengo que dejarla a mi pesar. Me toca escribir mi segundo capítulo y hay el compromiso de la cita cotidiana.
A  mediados de  enero publiqué  en twitter unos artículos y vídeos sobre la manipulación de  los medios de comunicación de masas y sus dueños.
Carlos comentó: Gracias, Chiqui  por visibilizar esta información, vivimos en una sociedad robotizada, estamos huérfanos  de cultura.
Me pareció interesante su comentario, decidí  retuitear todos sus mensajes  y leer su blog ese día,   18 de enero, Carlos explicó que todo iba bien con el urólogo, que respondía bien al tratamiento. Así me enteré que era un paciente de cáncer. Sentí empatía, mi padre , ese hombre  de fuerte carácter que me defendió de los abusos de La Aplicación, murió de cáncer de hígado en  2008.
Le escribí : “ Doctor gracias por sus artículos, me agrada lo que cuenta.Seguro usted y yo estaremos en contacto”
Carlos respondió : “ dejemos los formalismos, somos colegas, no me trate de usted”
Se me caen las babas ante ese  aprecio.

Los cometarios de Carlos siempre están bordados por un fino hilo de conocimiento, autenticidad y ternura.

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