Las bondades del ajo.
Un alemán que
participaba en el Programa de Intercambio de Alumnos que yo coordinaba, me dijo con vivo reproche:
-
¡Siempre hay toneladas de ajos en tu cocina. Me has
hecho adicto y tengo el mono. ¡Ahora mis espaguetis perderán exquisitez!
-
Tiene fácil solución, vas al Rialto y les pides una
cabeza de mi parte.
Yo estaba ocupado; con
docencia e investigación centrados en el
análisis de los discursos de la actualidad de medios influyentes en África,
Europa y Latinoamérica y con la dirección del programa interuniversitario de
doctorado sobre el desarrollo local limpio, solidario e identitario en la
región. Era un curro que puedes seguir
en http://agora.ulpgc.es/ , la web que la Universidad de Las Palmas me
conserva, pese al tiempo transcurrido desde mi jubilación. Trabajaba con citas
cotidianas, también en el cyber, como ahora. Por otra parte no me seducen unos espaguetis con una salsa de tomate
natural, “porque es barato”, al que se le añade una lata de tomate frito, “para
darle gusto”
Wolfgang, el alemán
que me llegó entre los alumn@s de la Universidad de París 8, prefería pasar del
ajo a invertir cinco minutos en ir a buscarlo.
Cierto que la
responsable de Relaciones Internacionales de la Universidad de París III
consideraba que este hombre no volvería a Paris, daba por hecho que el regreso
a su tierra natal era imposible; ya era
“más canario que el gofio”.
La cocina canaria
lleva ajo, sin embargo. En el archipiélago y en Cuba dan exquisitez al condimento.
No pienso que ésta llegara al paladar de Wolfgang, pero ¿qué importa? Y ¿Qué
podía importarme que usara la lata de tomate frito para “dar gusto” a la salsa
de tomate natural?
Tenía un amigo que se
esforzaba para prepararme una cena. No estaba solo.
Con Sylvie, una amiga
gabacha que tenía, la relación era diferente; si no había ajo se buscaba una
alternativa o nos íbamos a tomar una copa al Rialto antes de llevarnos la
cabeza.
También hablábamos de
mi trabajo, ella se había casado con un alto mando francés que había invadido
su patria, Argelia. No pudo soportar la metrópoli y dejó los lujos que le
ofrecía el ejército invasor.
Llegó a un acuerdo con
su marido que le aportó dineros para volver a África con sus hijos. Se
instalaron en Dakar; los tres se sentían africanos y vivieron muy a gusto.
Terminaron en Las
Palmas y los dineros se iban agotando. Los tres han tenido vidas agitadas y Sylvie
vino a refugiarse en mi casa. Todo iba bien hasta que me dí cuenta que su
pareja estaba realmente enganchado al caballo.
Aguanté, Sylvie
necesitaba sacar pasta para alquilarse un apartamento con su pareja. Tenía sus
cuentas bloquedas. No viene al caso dar detalles. Trabajaba de “madame” en el
turno de noche, para conseguir el dinero negro que necesitaba.
Me puse histérico. El
mozo, buena gente, me asustaba y no me faltaban razones. Defraudé a Sylvie,
defraudé a Wolfgang. Me gustaría saber de ambos. Ya es tarde.
Quien se pica ajos
come. También podemos aprender y yo creo poder hacerlo por el ajo.
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