La Peregrinación de Santo Cristo
de la Grita y mi tía Tecla Ivanoska
A mediados de febrero de 2017
Carlos, en Alicante, comienza a escribir
“Catarsis”. Cito:
Terraza del 98 de
Apartamentos Concorde de la alicantina playa de San Juan, 16 de febrero de 2017.
Algo me ha traído aquí para hacer mi catarsis. No soy deísta. Me siento cómodo
en el “magara”, esa energía cósmica que nos hizo nacer para algo, que siempre
está ahí, pero que perdemos a raudales o, más grave aún, nos metemos en el
búnker de nuestra burbuja. Aquí me trajo mi “magara” y aquí estoy arropado. El
encuentro de las olas con la playa ensordece los ruidos. Todo es suave, no hay
confrontación. Simplemente cada mochuelo ocupa su nido.
La simpatía con la que
trazó el primer capítulo, “Magara”, me hizo asidua de la cita cotidiana del blog de mi reciente amigo de twitter.
Cada día, a las tres de la tarde,
encendía el ordenador de mi despacho,
y como si de un
rito se tratara,
con esmero y curiosidad, leía
su cita. Carlos, a través de
una escritura afectuosa y sutil,
día a día, emprendió con
gallardía la tarea de derribar “las piedras
mal puestas de un muro enclenque que construyó durante más de 70 años”
.En ese periplo catártico Carlos y yo nos sujetamos fuerte de las
manos, pero aún no lo sabíamos.
Catarsis comenzaba a confrontarme.
Lunes 12 y martes 13 de junio de
2017
He estado muy fastidiada, con fuertes dolores bucales. Hoy la
odontóloga me ha informado que se ha
producido un rechazo de los implantes dentales que me costaron un pastón, y que
había que extraerlos con urgencia. He regresado a casa de madre con mi rostro
muy dormido, con puntos quirúrgicos y dos antiestéticos huecos en los laterales.
Julio de 2015
Mis estudiantes de turismo, en una salida de campo:
-
Profesora ¿vamos a
participar en la peregrinación de Santo Cristo de la Grita?
-
Si así lo desean sí
-
Profesora ¿nos va premiar
con nota?
Con sorna les respondí:
-
No, lo vamos hacer solo por espiritualidad.
Los estudiantes respondieron a una:
-
No, profesora, no somos
tan espirituales.
Sonreí y confirmé que tendrían, al final de curso, una
importante bonificación en nota.
En la primera semana de
agosto acuden a la
peregrinación del Santo Cristo de la Grita más de un millón de
visitantes de distintos lugares de Venezuela y Latinoamérica, considerado
por los creyentes un Cristo muy
milagrero. El recorrido es de 94 km pero es
por carretera de montaña a 2600 metros sobre el nivel del mar. Hay que estar en muy buenas condiciones físicas y
mentales para aguantar el tirón. Mis
estudiantes partieron en la mitad del
tramo, en el Páramo el Zumbador y yo, desde San Cristóbal. En el trayecto
coincidí con mi primo Franklin, un reconocido músico venezolano residente
en EE.UU. No nos habíamos visto desde
hacía dieciocho años. Es hijo de otro músico, el tío Ramón, hermano de mi
padre.
A sus cincuenta años, mi padre decidió someterse a cirugía para reparar
las secuelas en sus piernas, provenientes del incidente ya aludido que se
produjo cuando venía al mundo. Optó por el hospital San Juan de Dios, administrado por sacerdotes españoles Su recuperación duró más de un año. El abuelo Abrahán, un hombre austero, no le visitó en su
convalecencia, ni le ofreció ayuda económica. El tío Ramón había heredado
la belleza y la humanidad de mi abuela Antonia. La última era la dueña de un restaurante prospero en el pueblo de Seboruco. Siempre
brindó el almuerzo a los más pobres. Mi tío Ramón se hizo cargo de mi padre, de sus gastos médicos y de sus
estudios de contabilidad.
Franklin me miró fijamente
-
Iris, ¡te pareces a nuestra tía abuela Tecla!
-
Ay primo, eso decía mi
padre, ni por una foto la conocí.
-
Qué te comentó mi tío
Fidel de Tecla
-
Nada primo, cuando se
enojaba conmigo me comparaba con ella “igualita a mi tía Tecla”; la tierra y la
altanería se la tragaron.
Seguimos avanzando en la travesía
peregrina hasta un módulo de atención,
en el Cobre, un pueblo de montaña y de labradores a 25 km del moderno Santuario de Santo Cristo de la Grita
y nuestro destino final.
Decidimos descansar. Flaqueaban mis fuerzas y sufría de terrible dolor
de pies. Un médico me dio un analgésico,
y un paramédico masajeó con crema
hidratante mis pies cubiertos de las llagas causadas por el roce con el
calzado deportivo. Descansamos 2 horas, comenté a Franklin
-
No puedo más, hasta aquí
te acompaño.
-
No Iris, nosotros venimos
de la estirpe de nuestra tía Tecla, carajo un Pérez no se rinde, vamos, vamos,
podemos llegar ¿Qué ejemplo darás a tus
estudiantes? Una profesora que abandona…
Sus palabras fueron un chute de adrenalina
Pregunté:
-
Ahora me vas a contar ¿Quién carajo fue mi tía Tecla?
-
Caminemos y te narraré. Te
contaré un secreto; mi padre
y mi tía se escribieron hasta la muerte de él.
Al morir mi tío Ramón, mi primo
descubrió los escritos y las
fotos. Franklin posteriormente me regaló una carta y una
foto que conservo como un tesoro.
Mediados de los años treinta
Seboruco, un pueblo con población mayoritariamente de inmigrantes:
españoles, italianos, rusos, alemanes…,
y algún habitante local con rasgos
de indio andino.
Los días transcurrían entre los cotilleos de las damas y señoritas de sociedad, con trajes anticuados, acartonados de largas e incomodas faldas conocidas como enaguas.
Comentaban las cosechas de los
hacendados y el sermón diario del sacerdote en
misa. El último era un cura
español, Manolo.
A las mujeres se les asignaba
roles rígidos: madres, esposas, amas de casa y cuidadoras de la iglesia.
Mi tía Tecla, una joven y bonita adolescente de 17 años no encajaba.
Entre otras razones para no hacerlo está el impacto que sufrió en su tierna
infancia. Sorprendió en plena faena de cama al cura y a su madre, mi bisabuela;
una bellísima inmigrante rusa. Tecla se
lo guardó para ella, pero el silencio germinó su odio a la Iglesia y a la
hipocresía de la sociedad en la que le había tocado vivir.
Un francés que visitaba el pueblo en busca de “El dorado”,
le habló de Lenin, de la revolución
rusa y le comentó que las francesas, gracias a Cocó Chane, usaban pantalones y se cortaban
el cabello. Le regaló una revista gala de variedades.
Mi tía Tecla conocía el oficio de la
costura. Rebelde e indómita,
transformó sus vestidos en
cómodos pantalones y camisas.
Cogió las tijeras, se cortó el cabello, imitando una foto de una modelo de la
revista francesa.
El pueblo entero comenzó a
murmurar
-
Esa niña está loca. Es un
mal ejemplo
El cura Manolo, en misa, exclamó
-
En sueños, Dios me reveló
que es una bruja y tiene metido el demonio. Debo exorcizarla, necesito vuestra
ayuda.
La enardecida turba de mujeres fanáticas del sacerdote, capturó a
Tecla Ivanoska en la plaza del pueblo.
Estaba sentada en un banco frente a la
iglesia. La ataron a un joven samán
(árbol tropical), rasgaron su
indumentaria “demoniaca”. Manolo le echaba
agua bendita y agua con sal,
vociferaba frases en latín, otros
lazaban piedras. Mi tío Ramón con 7 años
de edad gritó
-
Paren. No maten a mi tía. Ella no es una bruja
Se presentó mi abuela Antonia con un madero de trancar la
puerta
-
¡Manada de ignorantes! ¿Qué
le han hecho a mi cuñada menor?
El francés que se tomaba unos
vinos en el bar del frente, acudió a
socorrerla, cortó las sogas, con su chaqueta protegió el bello y herido cuerpo semidesnudo
de la víctima.
Una semana después, la enérgica Tecla, se recuperaba muy
bien del linchamiento que había
propiciado el hombre en nombre de Dios.
Tecla se dirigió a la iglesia,
llevaba un botijo muy bien tapado, la
muy granuja
-Padre estoy arrepentida de mis pecados,
usted me sacó el demonio.
Dicho y hecho. Destapó el cantarillo y
arrojó su contenido sobre
el rostro del cura. Su agua bendita y con sal, se transformó en orines
-¿Ves como soy una bruja?
Esa misma noche Tecla escapó del
pueblo dejó una nota a mi abuela Antonia “adorada cuñada, siento hurtar su dinero 200 Bs. Pagaré cuando la
buena fortuna me sonría, ahora lo
necesito para sobrevivir”.
En la época, ese dinero era una
fortuna; con la suma se podían comprar dos buenas fincas.
Al año, un mensajero colombiano, entregó a mi abuela un sobre con 250 Bs
Tecla Ivanoska se había
residenciado en Bogotá y se casó con un intelectual ruso de izquierdas 20 años
mayor
En 1947 su esposo aceptó un cargo
diplomático en Moscú. Allí, la tía Tecla
estudió abogacía, se doctoró en ciencias políticas y hablaba seis idiomas. No procreo y falleció en Lion, Francia, en el
2008.
Tecla no regresó jamás al pueblo,
la familia la desterró, hasta el 2002
mantuvo contacto oculto con mi tío Ramón, quien falleció de un
infarto.
Mi primo y yo llegamos
al santuario, mis alumnos se quejaban:
-
Nos duelen hasta las pestañas
Levantaron una pancarta “profe,
te amamos somos un equipo invencible”.
Nos abrazamos grupalmente e
informé con orgullo
-
He llegado hasta aquí gracias a Franklin y al espíritu decidido de mí tía Tecla; estuve a punto de
defraudaros.
Gracias a l@s 650 que habéis descargado: https://freeditorial.com/es/books/catarsis
Continuamos puesto 16.
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