Mi amigo
Fausto y el cierre de la cita cotidiana
No podía acudir al
cierre de la cita cotidiana sin escribir sobre Fausto.
Nos conocimos frente a
una clínica urológica de San Cristóbal, en un edificio de clase media alta. Tiene 69 años, usa lentes, viste atuendos europeos, es alto, de abundante
cabello canoso, manos largas y finas. Tiene mirada profunda y abatida. Un hombre muy guapo
para su edad.
Mi riñón izquierdo me
recuerda perenemente que mis
miedos se reflejan en él. En el 2015, la angustia de un reparto económico injusto menoscabó mi salud. Una infección renal resistente a los antibióticos se propagó por
mi cuerpo. El nefrólogo se dio por vencido, mi delgadez extrema anunciaba
un inminente desenlace.
En el bar de
la planta baja del moderno
edificio, al frente del urológico,
Fausto tomaba café, se acercó y
sentenció:
-
Los antibióticos
te están matando
No le pareció haber
sido suficientemente claro porque insistió.
-
Tu hedor a antibióticos es consecuencia de una
importante intoxicación.
Escribió en una
servilleta la dirección de dos médicos
cirujanos especializados en medicina
alternativa. Nada tenía que perder,
concerté una cita con uno de ellos ,Aman, formado en la India e investigador de plantas de la Amazonía.
Aman retiró
el consumo de los antibióticos, diseñó un plan de alimentación
y me dio a beber por un mes unas brebajes
de mal sabor, sí, unos julepes de muy señor mío.
En dos meses mi peso
corporal aumentó 8 kilogramos. Retorné al bar en
busca del caballero que salvó mi vida. Ahí se encontraba en la barra, tomando café con coñac.
-
Disculpe señor, ¿me recuerda?
-
No ¿quién eres?
-
Usted me alertó sobre el antibiótico
-
¡Qué saludable
te ves, mujer!
Lo abracé y di un beso en agradecimiento. El contacto me
descubrió un ser humano; cálido y amoroso.
Los camareros no eran
indiferentes a la escena.
-
Don Fausto ¿ve como hay gente que lo quiere?
Intercambiamos
teléfonos y correos electrónicos.
El 25 de diciembre de
2015 me invitó a cenar en su casa; un bellísimo
pent-houses decorado con un buen gusto, en el que no cabe un intersticio de vulgaridad.
Guisó un pato a la naranja. Charlamos distendidamente,
como si nos conociéramos de toda la vida. Hablamos de muchos tópicos, incluida
su autoimpuesta soledad; él se siente
culpable de la muerte de su esposa. Nunca ha explicado por qué, ni yo he preguntado. Respeto sus
largos silencios sin miaja de curiosidad. Fausto, además de un excelente
cocinero, es un exitoso médico oncólogo. Caraqueño jubilado que encontró en el
Táchira un poco de concordia.
Mi amigo Fausto se apea de su sutil humor y
de una tristeza que subyace en su rostro. Como carece de amigos en San Cristóbal, camina
por las calles del comercial y moderno
barrio obrero con dos mascotas (pati y chacha) dos perritas cachorras con roña, que encontró abandonadas en un bidón de
basura. Fausto y yo procuramos vernos ocasionalmente y tomamos un zumo o
almorzamos.
La aventura de emprender una cita cotidiana ha
traído nuevos sabores a mi vida, una
existencia asaltada de pragmatismo y
realismo, a veces estéril. Sí, confieso; el asunto de la cita, me ha dado
vidilla.
Escribir, sin saber escribir ha sido un reto
para mí, o quizá un acto deliberado de
insensatez. Doy trabajo a Carlos, un hombre de letras y de mundos y mundillos.
Somos un equipo.
Hurgar
en aspectos de mi infancia y de mi madurez , reconocer fracasos y responsabilidades y contar nuestro
romance extravagante en un proceso catártico ha sido una experiencia muy gratificante.
Entre mis amistades y familia tengo fama de ser muy reservada, de no soltar
prenda.
Cruzar el puente ha sido un gran reto. La
germinación del último fue a su vez la génisis de Catarsis. Un grupo de twitteros reaccionamos cuando se etiquetó de
catártica la escritura de Carlos. Las reacciones del último abrieron debate
sobre psicoanálisis y su perdido relato: “En busca del autor perdido”.
Le sentí perdido e ilusionado cuando se instaló
en el 98 de los Apartamento Concorde de la alicantina Playa de San Juan. Me
hubiera gustado acompañarle y sentí que también a otr@s les hubiera gustado
hacerlo.
Carlos y yo no estamos solos en esta cita
cotidiana. Desde que la convocamos hay una media de trescientas visitas diarias
al blog y el grupo comenta en twitter. No voy a dar la lista de los que nos
apoyais; es larga y sabes que tú estás.
No es la historia de Carlos e Iris; es la
nuestra. Estamos mostrando que lo que nos dicen que hay no es y que podemos
unir nuestros recursos y mejorar resultados.
Lo que sentimos Carlos y yo tiene su intimidad.
No hay barreras que la oculten. Te cuento que comprobaremos próximamente si nos
pican nuestros ajos. Por el momento, como puedes ver, somos un equipo que
funciona.
Y colorín colorado, este cuento ha empezado.
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