miércoles, 14 de marzo de 2018

Nuestra cita cotidiana


El primo Antolín
Pili, una prima que había sido acogida por las tías al quedar huérfana, contactó la tuberculosis y tuvo que dejar su trabajo de enfermera. Como, es natural, éstas se la trajeron a Putxeta. L@s ñiñ@s no podíamos ir y entre tiempo murió la pobre tía Eugenia.
Me dolió ¡Estaba empezando a quererla! Antes la veía como una bruja y la besaba con miedo de incomodarla. No era mi culpa, sino la de los dibujantes de esos seres maléficos.
— ¡Se ha ido como un ángel!
Nos tranquilizó la prima Sara y continuó; le dábamos penita.
—Sentada junto a la cocina, como siempre… Tenía un leño en la mano… murió cuidándonos. Ni un suspiro. Nos dimos cuenta cuando nos disponíamos a acostarnos y tratamos de despertarla. Solía echar sus sueñecitos…
Mi consuelo fue prometer a la difunta que seguiría con mis pesquisas. Me imaginaba esa muerte tan bondadosa en la obscuridad de la habitación que compartía con mi hermano. Solamente conseguí dormirme cuando prometí al último aliento de la tía que seguiríamos teniendo las conversaciones sobre “Pasionaria”.
No sabía cómo lo haría, pero tenía la certeza de que lo lograría.
Tuve que esperar a principios de los 60s; hasta entonces todas mis tentativas resultaron infructuosas, normal, a mi edad y en dictadura.
Mi familia nuclear se trasladaba a Madrid y antes fuimos a despedirnos de los primos y de la tía de Putxeta.
El primo Antolín ejercía las funciones protocolarias de la tía Eugenia. Lo demás seguía igual: la misma cocina baja, la misma mesa, los mismos muebles… Solamente faltaba la finada, pero estaba allí, sí.
Había higos maduros en la higuera y mis padre y herman@s saboreaban la exquisitez. Mi madre se había quedado con la tía Pilar y con la prima Sara. Quedamos solos, a la sombra del muro, el primo Antolín y yo.
—Dolores no era ángel o demonio; tod@s somos una mezcla y las circunstancias…
Me quedé de piedra. ¿Era un mensaje de la finada? Imaginé que había vuelto para echarme una mano. Mis trazas fueron la causa de que Antolín interrumpiera su frase para ayudarme a encontrar asiento. Después, más tranquilo, me explicó:
—Me lo contó la tía.
— ¿Qué?
—Vuestras conversaciones. La regañé.
— ¿Por qué?
—Eras y sigues siendo un niño. Estamos en dictadura. Aquello ya pasó, mejor olvidarlo.
—No pienso hacerlo.
Me miró con condescendencia.
—Imaginaba que dirías eso… Mertxe, en efecto, es una farisea, como una gran mayoría; gracias a Pasionaria cambió la situación de los mineros, no es puta y no se llevó el oro a Moscú; el gobierno de la República empezó a tratar de poner a salvo las reservas del Banco de España desde que inició la insurrección. Había que asegurar las compras de armamento y de subsistencias, normal. Al principio Francia era el destino, por decisión del Consejo de ministros de 21 de junio de 1936. El 13 de septiembre, Juan Negrín, entonces ministro de Economía, firmó un decreto para expatriar el tesoro público. La decisión fue rubricada por el presidente de la República, Manuel Azaña. Esto es lo que fue a parar a Moscú.
— ¿Por qué?
—Ya comenzaba a sentirse que la Europa “democrática” no veía con buenos ojos la República española. Madrid no era un lugar seguro, los insurrectos ya habían conquistado Talavera, a 118 Km. No se puede culpar a Dolores de eso.
Antolín daba por zanjado el asunto. Se equivocaba, en una nube  vi a la tía Eugenia. Nos sonreímos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El abuelo Leopoldo: Hablando en Cobre

 El abuelo Leopoldo – ¿Por qué has llegado tarde? Me preguntó, cariñosamente, mi abuelo materno. –He estado jugando con mi amigo Bertín. Nos...