El primo Antolín
Pili, una prima que había sido acogida por las tías al
quedar huérfana, contactó la tuberculosis y tuvo que dejar su trabajo de enfermera.
Como, es natural, éstas se la trajeron a Putxeta. L@s ñiñ@s no podíamos ir y
entre tiempo murió la pobre tía Eugenia.
Me dolió ¡Estaba empezando a quererla! Antes la veía
como una bruja y la besaba con miedo de incomodarla. No era mi culpa, sino la de
los dibujantes de esos seres maléficos.
— ¡Se ha ido como un ángel!
Nos tranquilizó la prima Sara y continuó; le dábamos
penita.
—Sentada junto a la cocina, como siempre… Tenía un leño
en la mano… murió cuidándonos. Ni un suspiro. Nos dimos cuenta cuando nos disponíamos
a acostarnos y tratamos de despertarla. Solía echar sus sueñecitos…
Mi consuelo fue prometer a la difunta que seguiría con
mis pesquisas. Me imaginaba esa muerte tan bondadosa en la obscuridad de la
habitación que compartía con mi hermano. Solamente conseguí dormirme cuando prometí
al último aliento de la tía que seguiríamos teniendo las conversaciones sobre
“Pasionaria”.
No sabía cómo lo haría, pero tenía la certeza de que lo
lograría.
Tuve que esperar a principios de los 60s; hasta
entonces todas mis tentativas resultaron infructuosas, normal, a mi edad y en
dictadura.
Mi familia nuclear se trasladaba a Madrid y antes
fuimos a despedirnos de los primos y de la tía de Putxeta.
El primo Antolín ejercía las funciones protocolarias de
la tía Eugenia. Lo demás seguía igual: la misma cocina baja, la misma mesa, los
mismos muebles… Solamente faltaba la finada, pero estaba allí, sí.
Había higos maduros en la higuera y mis padre y
herman@s saboreaban la exquisitez. Mi madre se había quedado con la tía Pilar y
con la prima Sara. Quedamos solos, a la sombra del muro, el primo Antolín y yo.
—Dolores no era ángel o demonio; tod@s somos una mezcla
y las circunstancias…
Me quedé de piedra. ¿Era un mensaje de la finada?
Imaginé que había vuelto para echarme una mano. Mis trazas fueron la causa de
que Antolín interrumpiera su frase para ayudarme a encontrar asiento. Después,
más tranquilo, me explicó:
—Me lo contó la tía.
— ¿Qué?
—Vuestras conversaciones. La regañé.
— ¿Por qué?
—Eras y sigues siendo un niño. Estamos en dictadura.
Aquello ya pasó, mejor olvidarlo.
—No pienso hacerlo.
Me miró con condescendencia.
—Imaginaba que dirías eso… Mertxe, en efecto, es una
farisea, como una gran mayoría; gracias a Pasionaria cambió la situación de los
mineros, no es puta y no se llevó el oro a Moscú; el gobierno de la República
empezó a tratar de poner a salvo las reservas del Banco de España desde que
inició la insurrección. Había que asegurar las compras de armamento y de
subsistencias, normal. Al principio Francia era el destino, por decisión del
Consejo de ministros de 21 de junio de 1936. El 13 de septiembre, Juan Negrín,
entonces ministro de Economía, firmó un decreto para expatriar el tesoro
público. La decisión fue rubricada por el presidente de la República, Manuel
Azaña. Esto es lo que fue a parar a Moscú.
— ¿Por qué?
—Ya comenzaba a sentirse que la Europa “democrática” no
veía con buenos ojos la República española. Madrid no era un lugar seguro, los
insurrectos ya habían conquistado Talavera, a 118 Km. No se puede culpar a
Dolores de eso.
Antolín daba por zanjado el asunto. Se equivocaba, en una
nube vi a la tía Eugenia. Nos sonreímos…
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