Mariano Luis de
Urquijo
Aprendí mucho ayer de la lección que
me dio mi sobrino.
Había olvidado algo que yo mismo pongo
tanto empeño en predicar; los fueros empiezan en uno mismo y sus cimientos se
construyen en la familia.
Nunca había faltado a la cena familiar
pese a las urgencias de mis múltiples cargos financieros y políticos.
El cumplimiento de esta norma siempre
ha sido de gran ayuda en la resolución de problemas que me agobiaban.
Mi escritura se había apoderado de mí
hasta el punto en que me había ocultado los pilares.
Nadie me pidió explicaciones por mi
quebranto; había inquietud en las miradas y, se me anunció la petición de
visita de don Isidoro; un gran amigo que es médico.
—¿Estáis preocupados por mi salud?
Pregunté a sabiendas de que la negativa respuesta no ocultaría los
miedos que traspiraban en un comedor en el que se practicaba la Junta de Seres
que buscan su lugar en este mundo.
Mostré mi acuerdo para la visita y
creo que expliqué lo que me preocupaba.
Una vez más, tuvimos “concejo” en
nuestra cena de familia y creo que dejé a todo el mundo convencido de que en la
cena de hoy leeré lo que estoy escribiendo.
Mis años y mi enfermedad están ahí,
tengo que terminar mi obra antes de morir.
Claro que confío en la sabiduría de mi
sobrino, pero la degradación de la estirpe de un rey como Carlos III me hace
temblar; el marquesado nos ha metido a los Urquijo en el derecho feudal que
impone la heredad al mayorazgo y las alianzas matrimoniales en la endogamia de
la “Grandeza”.
Mariano Luis de Urquijo logró que se
debatiera sobre el interés de usar fueros que dieran dignidad a los súbditos de
Carlos IV, como Secretario de Estado y de Despacho de su majestad Católica
entre 1798 y 1800.
Logró un interés por el tema en los
entornos del poder, pero el Motín de Aranjuez le quitó la escucha.
La invasión napoleónica y la
abdicación y venta de coronas de las dos
Majestades Católicas en favor de
Napoleón fue el marco de la recuperación política de este hombre.
El emperador de los franceses le
invitó a Bayona para negociar reformas en la Constitución que su hermano, el
nuevo rey de España, José Bonaparte quería someter a los órganos
representativos de la España que se proponía gobernar.
El invitado no representaba entonces
institución alguna en la España que necesitaba Bonaparte.
Algo o alguien tuvo que poner mucho
empeño para que este Urquijo fuera invitado a negociar los cambios que darían
aires españoles a la Constitución bonapartista en España.
Yo tengo mis propias teorías para
explicar un hecho tan inaudito como el que propulsó al personaje en el poder de
un Carlos IV decadente, precisamente, en aquel octubre de 1791, cuando la
Santísima Inquisición se sentía muy ultrajada por la que había montado ese
“tal”Mariano Luis de Urquijo.
Alguien o algo debió actuar para que
Su Majestad Católica se fijara en ese personaje que se había atrevido a
traducir La muerte de César , obra de
un Voltaire de lectura prohibida por la Santa Madre Iglesia y lo rescatara de
las iras de la última, para darle voz y voto en el gobierno.
Pero es que este hombre no solamente
había atacado al poder del altar. Se había atrevido a añadir a la publicación una
introducción que expresaba su amarga crítica a la cultura y al espectáculo de
la España de su época.
El “tal!” Mariano Luis tenía muchos y
poderosos enemigos y la obra de Voltaire señala teorías peligrosas para los
poderosos que ven caer su reino a pedazos.
De aquí surgieron teorías anecdóticas:
cierto es que Napoleón, como Augusto, había transformado la República en Imperio,
aunque, en ambos casos se proclame la pervivencia de los pilares republicanos.
También es cierto que el emperador de los
franceses tenía contactos y agentes en la corte y en la España de Carlos IV.
No niego que pudiera haber habido intervención
bonapartista en el salvamento y lanzamiento en la responsabilidad de este Urquijo que mi tío, el párroco, me
hizo apreciar tanto.
Mi opinión es que había algo o alguien
en la corte de Carlos IV que se caía a pedazos que esperaba que esta España que
nos tocaba vivir podía, aún, echar los
lastres que nos hundían y que ese alguien hizo ver a Napoleón la conveniencia
de dar protagonismo al que Fernando VII cerró el paso.
Estoy sangrando de la nariz y casi es
la hora de la cena.
Gracias a l@s 433 que acudisteis a la cita de
ayer: https://carlos-ortizdezarate.blogspot.com/
Gracias a Iris
Gracias a ti
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