jueves, 9 de mayo de 2019

Nuestra Cita Cotidiana


La condesa
Viene el apodo tanto de vestuario como de “pose”.
Un oportuno  encuentro; estábamos preocupados por una larga ausencia que nos parecía inquietante.
Iris y yo sabemos que Tere, conocida por un título nobiliario del que carece, tiene aquí una simple residencia secundaria.
No se nos escapa que la señora saca jugo a sus inversiones, y lleva ya meses sin usar de esta vivienda.
—Aquí tenéis sillas reservadas.
Dice sin siquiera mirar a la terraza vacía. Nosotros habíamos salido para dar un paseo y tenemos una conversación privada.
Su “señoría” se atribuye derechos “inviolables”. Nos sentamos en las sillas señaladas; no nos llueven las invitaciones.
—¿De qué hablabais con tanto interés?
Nuestra interlocutora equivocó su carrera. Optó por Magisterio, pero su verdadera vocación es el cotilleo y tiene mucha práctica en interrogatorios de “poli buena”.
—De ti.
No es respuesta forzada. Tampoco digo la verdad.
Ayer, el niño de la familia danesa lloró amargamente cuando descubrimos que se habían llevado al asturcán.
Yo había sentido en ese dolor la misma energía que anunciaba su triste destino al animal. ¡Crueles presentimientos!
He visto a Tere cuando mis ojos trataban de perderse y se lo he comentado a Iris.
—¡No soy yo el tema de conversación del día!
La señora es muy señora y sabe muy bien preguntar a nuestro silencio.
—¿Quiénes eran los giris que me hicieron invisible anoche?
Tras la pregunta, nuestra contertulia nos acorda el tiempo suficiente para que le facilitemos las pistas que necesita.
Los sentimientos le sobran.
—Mañana empezará a estar en el menú ese caballo. El “Pelos” se ha embolsado 100 euros. Ya ves, tú y yo a trabajar toda una vida para cobrar una jubilación de mierda…
Puesto que se refiere a mí, intervengo.
—Cobramos la máxima…
Ella sabe interrumpir mejor.
—Ese tío cobra pensión pese a ser joven y no haber cotizado nunca. Todos sabemos de dónde vienen y donde terminan esos caballos. Dicen que tienen una carne deliciosa. Tendré que probar algún día.
Iris disimula sus náuseas, ambos callamos. Ella sigue, con gula:
—¡En mi pueblo se hace excelente cecina de caballo!
No debe sentir su hambre saciada. Deja ver su decisión de degustar a nuestro amigo y añade.
—Parece ser que Iris conoció a esos giris en circunstancias especiales.
Solamente le habíamos contado la triste historia del asturcón y ella disfruta más con su morbo.
— ¿Pasaste miedo?
—Sentí algo así por vivir en una sociedad que asiste con indiferencia a esas vejaciones.
No creo que nuestra lustrosa contertulia se plantee por un instante la respuesta de Iris. Yo sí siento miedo de las sentencias de la “Manada” y de ciertos discursos que escucho en la campaña de estas Generales. También me asusta lo que escucho de nuestra interlocutora:
—Se montó un revuelo con un supuesto acosador sexual que paseaba impunemente por las calles de Gijón. Yo me recorrí los itinerarios que atribuía la prensa. No ví otra cosa que pazguatas…
Por suerte, para nosotros, aparecen nuestros nuevos amigos daneses.
—Tendrás que disculparnos. Habíamos quedado con ellos.
No soy digno de la atención de doña Teresa; está muy ocupada en agregar tres sillas más a los entornos de nuestra mesa y en exhibir su mandona sonrisa a los recién llegados.
Estos dudan un instante pero son demasiado jóvenes para haber aprendido a combatir el “ordeno y mando” del fascismo que les impone los asientos.
—¿Cuánto tiempo lleváis casados?
Interroga, sin siquiera presentarse, la “mandamás”
—¿A quién tengo el honor de responder?
Dice la danesa
La marquesa no da la pregunta por válida y saca sus elucubraciones.
—El niño tendrá tres años, más nueve meses de gestación…
El silencio también puede ser sabio. Claro que la taimada no parece sensible a esas sabidurías. Ella no tiene duda de que sabe preguntar.
—La criatura no se parece a alguno de vosotros ¿Es adoptado?
Nos levantamos de unas sillas tan generosamente cedidas, los cinco, como si hubiéramos compartido el mismo resorte.
—Encantado de haber tenido el honor de conocerla, señora mía.
Dice el danés cual alumno aplicado.
Nos vamos los seis, aunque Julen es el único que se muestra ofendido.

Gracias a ti
Gacias a 488  que nos visitaron a ayer
Gracias a Iris 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

El abuelo Leopoldo: Hablando en Cobre

 El abuelo Leopoldo – ¿Por qué has llegado tarde? Me preguntó, cariñosamente, mi abuelo materno. –He estado jugando con mi amigo Bertín. Nos...