Hago una pequeña interrupción en la publicación de borradores de capítulos
de actual novela para confesar mi fragilidad. Ayer me sentí abofeteado
por el mensaje que copio a continuación:
Una vez más se ignora mi relato
PARTE I : CORREO QUE ENVÍA EL CERTAMEN DE LITERATURA MIGUEL ARTIGAS
PARTEII: RELATO “ LA ROSA DEL AZAFRAN”
Os ruego una sincera opinión sobre el relato
Muchas gracias a l@383 que acudisteis a la cita de ayer: https://carlos-ortizdezarate. blogspot.com/
Gracias a Iris
Gracias a ti
PARTEI
CORREO QUE ENVÍA EL CERTAMEN DE LITERATURA MIGUEL ARTIGAS
Monreal del
Campo a 28 de mayo de 2019
Buenas
tardes:
En primer lugar agradecer encarecidamente su participación en el Certamen de
Literatura “Miguel Artigas” de cuentos y leyendas de inspiración popular y que
convoca el Centro de Estudios del Jiloca y el Ayuntamiento de Monreal del
Campo.
Sin la participación de los escritores, este certamen sería imposible de
realizarse. Dicho esto, le comunico que en esta convocatoria se han
recibido un total de 299 relatos, que han sido leídos por varias personas
antes de pasar al jurado. Los relatos seleccionados fueron los siguientes
- 18.-
Minas de sangre
- 94.-
El corazón que late entre las piernas
- 114.-
Resplandores
- 119.-
Voto nulo
- 136.-
El hombre oveja
- 140.-
Por San Antón
- 141.-
El aprendiz de labrador
- 142.-
La cueva de la maestra
- 174.-
El invierno de las palabras
- 199.-
La bicicleta
- 208.-
Flor de lis
- 218.-
Nieve ardida
- 226.-
La gata negra
- 232.-
Vigas de luna
- 242.-
Pan de higo
- 243.-
El último pastor
- 274.-
Cera en las manos
- 277.-
El inmortal
- 294.-
La vida escrita
Nuestra más
sincera enhorabuena a sus autores
De estos
relatos seleccionados, el jurado ha determinado otorgar los siguientes premios
- El primer premio al relato titulado “EL INVIERNO DE LAS PALABRAS”, de
Héctor Ortega Giménez
- El segundo premio al relato titulado “VOTO NULO” de Manuel Arriazu Sada
Nuestra felicitación a los ganadores y
nuestro agradecimiento a todos los participantes
Un cordial saludo
Certamen de Literatura Miguel Artigas
Plaza Mayor, 10
44300 Monreal del Campo
Teruel
España
PARTE
II
Breve
Presentación
Una mezcla de sentimientos, de recuerdos y de invención; es
una mirada esperanzadora en un mundo especulativo.
Es, ante todo, una
búsqueda de mismidad.
Me he ayudado en documentación sobre la cosecha del azafrán
en la comarca del Jiloca; especialmente del artículo de Celia María Esteban
Redondo: “Esbrinadoras, medieros y onceras: un aspecto del pasado del azafrán”:
http://www.xiloca.org/data/Bases%20datos/Cuadernos/6071.pdf
así como de las informaciones accesibles por Internet sobre las
iniciativas en la mencionada comarca para recuperar la producción y la
excelencia de tan preciado producto.
También he recurrido al teléfono.
Título:
La rosa del “zafrán
Conseguí mi jubilación anticipada en
2006; perdía 300 euros mensuales, pero ¡Al fin…! Me vinieron montones de cosas
a la mente: un totum revolútum que
quería hacer y no había podido.
Sentía un nudo enredado por el choque
con las barreras que me he dejado imponer.
No conocí a mi abuela Juliana; murió en
el 37, en plena guerra civil, y yo nací en 1944.
La difunta no era de Monreal del Campo,
pero en este territorio turolense recibió el apodo, tras varias cosechas de
“zafrán”, a las que acudía a pie, desde Castrillo, su aldea, situada en el
norte de Burgos.
En su casa sobraban bocas y la trilla
de agosto dejaba manos libres; en Monreal del Campo contrataban esbriznadoras
para la cosecha del azafrán durante unos veinte días entre los meses de octubre
y noviembre.
Se volvía a Castrillo a tiempo para
ayudar en la recogida de las patatas, con unas perrillas que ayudaban mucho
¿Por qué vino a mi mente la rosa del
zafrán? ¿Por qué decidí comprar una pequeña finca y una casa en Monreal del
Campo cuando la abuela Juliana murió y vivió más tiempo en Castrillo?
En su estado terminal, mi madre sufría
de perturbación mental. No llegaba a
demencia senil, pero casi.
Yo procuraba mantener la conversación
para que no se quedara dormida durante el día y pasara mala noche.
— ¡Mi madre era muy lista!
Era el estribillo con el que comenzaba
ella sus reiterados relatos.
Ciertamente, el presidente del pueblo
“el tío Jesús, así se designaba a las personas que pasaban de la cincuentena,
escogió a cuatro mozas que le inspiraban la suficiente confianza como para
cumplir las labores que requería su amigo Felipe en la cosecha del azafrán.
La amistad se había forjado cuando
ambos hacían el servicio militar.
En Castrillo había azafrán silvestre.
El tío Jesús pensaba que el cultivo se
podía mejorar.
En las interminables conversaciones que
había mantenido con su amigo de mili aprendió mucho sobre esta planta y había deducido que
su tierra tenía similitudes con la productora de la excelencia del “oro rojo”:
altura, frío invierno y cálido verano.
Había, sin embargo, diferencias que el
pobre hombre no pudo resolver, aunque conservó la esperanza de hacerlo hasta su
muerte ¡Qué pena!
Llegué a conocer al tío Jesús; mis
padres adquirieron una casa en Castrillo y pasábamos allí todo el tiempo libre que
teníamos; tuve muchas conversaciones con un hombre que admiraba. También el tío
Jesús recurría a estribillos:
—El azafrán es caro, pero necesita
mucha mano de obra y tierras que no tenemos. He presentado, en concejo, varias
propuestas para intentar esa producción en un “propio” del pueblo que se puede crear en una pequeña parte de los pastos comunes. Tu
abuela me había traído bulbos de azafrán de alta calidad. Mis argumentos no
lograron convencer.
El bastón de mando de la presidencia
pasaba de casa en casa cada tres años. El tío Jesús lo conservó casi hasta su
muerte; los vecinos decidían su continuidad por unanimidad ¿Cómo no estar
contento con un presidente que supo sacar desde su primer mandato lo mejor del
pueblo? Aunque, lamentablemente, no consiguió traer el azafrán a Castrillo.
La excelencia de la labor no solamente
era mérito del mandatario: éste contaba con un buen equipo: Eusebio ejercía de
practicante y Consuelo de comadrona, Santos de enterrador… Allí se hacía casi
de todo, gracias a unos hombres y mujeres que se habían esforzado por aprender,
aunque no podían documentar sus saberes
y nadie atestigua los quereres.
Tengo vivos recuerdos de este hombre y
de un pueblo habitado por pobres campesinos, ganaderos y lo que les tocara hacer
para traerse unas perras que les permitiera sobrevivir a unos largos y fríos
inviernos.
La abuela Juliana asistió repetidas
veces al concejo para apoyar la iniciativa del presidente.
He leído las actas guardadas
cuidadosamente en un armario del pequeño edificio del concejo; las reuniones se
celebraban en el pórtico de la iglesia. ¡Lástima que cuando murieron esos
hombres y mujeres las cosas se hagan de otra manera! La “Rosa del zafrán”,
apodo honorífico que se reconocía en Castrillo, en efecto, se explicaba muy
bien: “el cultivo del azafrán requiere un trabajo intensivo en el periodo en
que han concluido las tareas de la hierba y trilla de los cereales, termina a tiempo
para la cosecha de patatas”
El presidente añadía que el título
popular acordado a mi abuela había sido
conseguido por su buen hacer y por el uso de su tiempo de ocio en aprender
sobre las necesidades y sobre el trato a la planta.
Los esfuerzos fueron inútiles: “más
vale pájaro en mano que ciento volando”, concluía el padre de la interviniente.
Claro, no pensaba que su hija tenía
novio, Leopoldo y que antes de casarse
quería terminar la construcción de la casa que estaba levantando con su futuro
marido y la ayuda de todo el pueblo; durante
el mandato del tío Jesús era así.
De eso no se hablaba en el concejo y el
padre daba por hecho que su hija tenía que aportar todo lo que ganara al mantenimiento del hogar hasta que tuviera
el suyo propio.
Juliana y su novio necesitaban muy poco
para hacerse con su casa; el padre de Leopoldo les regaló un pequeño solar en
el que iban colocando piedras que ajustaban. También habían cortado los árboles
del bosque comunal que el concejo había destinado a estos menesteres, con la
única condición de plantar y cuidar los sustitutos. El curado de la madera
llevaba un tiempo, pero, cimientos, base y sostén del edificio estaban
asegurados.
Había que comprar las tejas y mi abuela
defendió su derecho a reservar una parte de lo que ganaba en la cosecha del
“zafrán” a estos pagos.
El bisabuelo la echó de casa, fue
acogida por don Felipe, el amigo del tío
Jesús, quien apreciaba las cualidades de la esbriznadoras que contrataba año
tras año.
Fue muy generoso y la abuela supo
ganarse un salario que le permitió reunir
en algo más de un año el dinero que faltaba
para tener un hogar en el que instalarse tras su matrimonio con el abuelo Leopoldo.
Los primeros años del nuevo matrimonio
fueron muy duros: el bisabuelo era rencoroso y también lo eran las mozas que no
habían logrado repetir en las cosechas del Jiloca.
— ¡Mi madre era muy lista!
Repetía la mía que se me estaba yendo.
Este estribillo estaba acompañado de un
no sé qué que me dejó helada la sangre. No se trataba de presagio, puesto que fue lo último que dijo. La frase
fue su postrero suspiro: se quedó
dormida y murió tres días después, sin despertar. Su cara, en casa y en el
tanatorio reflejaba paz.
Esa misma paz que lograron Juliana y
Leopoldo en un Castrillo contaminado por los rencores.
El abuelo Leopoldo murió joven y cuando
apenas había cumplido cuarenta años su viuda tenía tres hijos menores.
Mi madre, la mayor, se fue con catorce
años a servir a Bilbao; con su sueldo y el trabajo de la pequeña hacienda
salieron adelante la viuda y los huérfanos. La primera murió cuando la prole
que se había quedado en el pueblo ya podía apañarse.
Cuando mi madre decidió casarse no
encontró las ataduras que le habían sido impuestas a la suya y mantuvo muy
buenas relaciones con sus hermanos, hasta el punto que pasábamos todas las
vacaciones escolares en Castrillo
He seguido haciéndolo mientras vivieron
mis padres, pese a la distancia; saqué mi plaza de profesor en la Universidad
de Las Palmas de Gran Canaria. Confieso que los últimos años no lo hacía por
gusto; se trataba de complacer a unos viejos padres que gozaban de su veraneo
en la casa de Castrillo.
Este pueblo dejó de gustarme cuando
entró en las trampas del poder financiero. Todo empezó con la subida del precio
de sus patatas al ser valoradas con la excelencia de producto de siembra.
Después se impusieron las vacas
lecheras y se eliminaron las campurrianas utilizadas antes para el trabajo, que
apenas daban medio litro de leche tras amamantar a su cría.
Todo el mundo esperaba hacerse rico
hasta que, de la noche a la mañana, las empresas que pagaban tan bien sus
patatas y leche se olvidaron de ellos
La juventud se fue y ahora nadie
cultiva.
El tío Juan, Eusebio y un largo
etcétera que incluye, por supuesto, a Juliana y a Leopoldo ya no están allí.
Ahora no hay matronas, practicantes,
enterradores… solidaridad. Cada vecino vive en su mundo.
Ya no volveré a degustar esas patatas,
carnes, pan que se producían con tanta calidad.
En el Jiloca se está recuperando la
exquisitez que los poderosos financieros quitan.
Tengo una muy pequeña producción de
azafrán; me esmero para regalar un hacer que cada día trato de mejorar.
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