miércoles, 29 de mayo de 2019

Nuestra Cita Diaria



Hago una pequeña interrupción en la publicación de borradores de capítulos de actual novela para confesar mi fragilidad. Ayer me sentí  abofeteado por el mensaje que copio a continuación:

Una vez más se ignora mi relato

PARTE I : CORREO QUE ENVÍA EL CERTAMEN DE LITERATURA MIGUEL ARTIGAS

PARTEII: RELATO “ LA ROSA DEL AZAFRAN”
Os ruego una sincera opinión sobre el relato
Muchas gracias a l@383 que acudisteis a la cita de ayer: https://carlos-ortizdezarate.blogspot.com/
Gracias a Iris
Gracias a ti
PARTEI
CORREO QUE ENVÍA EL CERTAMEN DE LITERATURA MIGUEL ARTIGAS

Monreal del Campo a  28 de mayo de 2019

Buenas tardes:

            En primer lugar agradecer encarecidamente su participación en el Certamen de Literatura “Miguel Artigas” de cuentos y leyendas de inspiración popular y que convoca el Centro de Estudios del Jiloca y el Ayuntamiento de Monreal del Campo. 
            Sin la participación de los escritores, este certamen sería imposible de realizarse.  Dicho esto, le comunico que en esta convocatoria se han recibido un total de 299  relatos, que han sido leídos por varias personas antes de pasar al jurado.  Los relatos seleccionados fueron los siguientes

-       18.- Minas de sangre
-        94.- El corazón que late entre las piernas
-       114.- Resplandores
-       119.- Voto nulo
-       136.- El hombre oveja
-       140.- Por San Antón
-       141.- El aprendiz de labrador
-       142.- La cueva de la maestra
-       174.- El invierno de las palabras
-       199.- La bicicleta
-       208.- Flor de lis
-       218.- Nieve ardida
-       226.- La gata negra
-       232.- Vigas de luna
-       242.- Pan de higo
-       243.- El último pastor
-       274.- Cera en las manos
-       277.- El inmortal
-       294.- La vida escrita
Nuestra más sincera enhorabuena a sus autores
De estos relatos seleccionados, el jurado ha determinado otorgar los siguientes premios
-       El primer premio al relato titulado “EL INVIERNO DE LAS PALABRAS”, de Héctor Ortega Giménez
-       El segundo premio al relato titulado “VOTO NULO” de Manuel Arriazu Sada

Nuestra felicitación a los ganadores y nuestro agradecimiento a todos los participantes
Un cordial saludo
                                                                                                        



Certamen de Literatura Miguel Artigas
Plaza Mayor, 10
44300 Monreal del Campo
Teruel 
España

PARTE II
Breve Presentación
Una mezcla de sentimientos, de recuerdos y de invención; es una mirada esperanzadora en un mundo especulativo.
Es, ante todo,  una búsqueda de mismidad.
Me he ayudado en documentación sobre la cosecha del azafrán en la comarca del Jiloca; especialmente del artículo de Celia María Esteban Redondo: “Esbrinadoras, medieros y onceras: un aspecto del pasado del azafrán”: http://www.xiloca.org/data/Bases%20datos/Cuadernos/6071.pdf  así como de las informaciones accesibles por Internet sobre las iniciativas en la mencionada comarca para recuperar la producción y la excelencia de tan preciado producto.
También he recurrido al teléfono.

Título: La rosa del “zafrán
Conseguí mi jubilación anticipada en 2006; perdía 300 euros mensuales, pero ¡Al fin…! Me vinieron montones de cosas a la mente: un totum revolútum  que quería hacer y no había podido.
Sentía un nudo enredado por el choque con las barreras que me he dejado imponer.
No conocí a mi abuela Juliana; murió en el 37, en plena guerra civil, y yo nací en 1944.
La difunta no era de Monreal del Campo, pero en este territorio turolense recibió el apodo, tras varias cosechas de “zafrán”, a las que acudía a pie, desde Castrillo, su aldea, situada en el norte de Burgos.
En su casa sobraban bocas y la trilla de agosto dejaba manos libres; en Monreal del Campo contrataban esbriznadoras para la cosecha del azafrán durante unos veinte días entre los meses de octubre y noviembre.
Se volvía a Castrillo a tiempo para ayudar en la recogida de las patatas, con unas perrillas  que ayudaban mucho
¿Por qué vino a mi mente la rosa del zafrán? ¿Por qué decidí comprar una pequeña finca y una casa en Monreal del Campo cuando la abuela Juliana murió y vivió más tiempo en Castrillo?
En su estado terminal, mi madre sufría de perturbación  mental. No llegaba a demencia senil, pero casi.
Yo procuraba mantener la conversación para que no se quedara dormida durante el día y pasara mala noche.
— ¡Mi madre era muy lista!
Era el estribillo con el que comenzaba ella  sus reiterados relatos.
Ciertamente, el presidente del pueblo “el tío Jesús, así se designaba a las personas que pasaban de la cincuentena, escogió a cuatro mozas que le inspiraban la suficiente confianza como para cumplir las labores que requería su amigo Felipe en la cosecha del azafrán.
La amistad se había forjado cuando ambos hacían el servicio militar.
En Castrillo había azafrán silvestre.
El tío Jesús pensaba que el cultivo se podía mejorar.
En las interminables conversaciones que había mantenido con su amigo de mili aprendió  mucho sobre esta planta y había deducido que su tierra tenía similitudes con la productora de la excelencia del “oro rojo”: altura, frío invierno y cálido verano.
Había, sin embargo, diferencias que el pobre hombre no pudo resolver, aunque conservó la esperanza de hacerlo hasta su muerte  ¡Qué pena!
Llegué a conocer al tío Jesús; mis padres adquirieron una casa en Castrillo y pasábamos allí todo el tiempo libre que teníamos; tuve muchas conversaciones con un hombre que admiraba. También el tío Jesús recurría a estribillos:
—El azafrán es caro, pero necesita mucha mano de obra y tierras que no tenemos. He presentado, en concejo, varias propuestas para intentar esa producción en  un “propio” del pueblo que se puede crear  en una pequeña parte de los pastos comunes. Tu abuela me había traído bulbos de azafrán de alta calidad. Mis argumentos no lograron convencer.
El bastón de mando de la presidencia pasaba de casa en casa cada tres años. El tío Jesús lo conservó casi hasta su muerte; los vecinos decidían su continuidad por unanimidad ¿Cómo no estar contento con un presidente que supo sacar desde su primer mandato lo mejor del pueblo?  Aunque, lamentablemente,  no consiguió traer el azafrán a Castrillo.
La excelencia de la labor no solamente era mérito del mandatario: éste contaba con un buen equipo: Eusebio ejercía de practicante y Consuelo de comadrona, Santos de enterrador… Allí se hacía casi de todo, gracias a unos hombres y mujeres que se habían esforzado por aprender, aunque no podían documentar sus saberes  y nadie atestigua los quereres.
Tengo vivos recuerdos de este hombre y de un pueblo habitado por pobres campesinos, ganaderos y lo que les tocara hacer para traerse unas perras que les permitiera sobrevivir a unos largos y fríos inviernos.
La abuela Juliana asistió repetidas veces al concejo para apoyar la iniciativa del presidente.
He leído las actas guardadas cuidadosamente en un armario del pequeño edificio del concejo; las reuniones se celebraban en el pórtico de la iglesia. ¡Lástima que cuando murieron esos hombres y mujeres las cosas se hagan de otra manera! La “Rosa del zafrán”, apodo honorífico que se reconocía en Castrillo, en efecto, se explicaba muy bien: “el cultivo del azafrán requiere un trabajo intensivo en el periodo en que han concluido las tareas de la hierba y trilla de los cereales, termina a tiempo para la cosecha de patatas”
El presidente añadía que el título popular acordado a mi  abuela había sido conseguido por su buen hacer y por el uso de su tiempo de ocio en aprender sobre las necesidades y sobre el trato a la planta.
Los esfuerzos fueron inútiles: “más vale pájaro en mano que ciento volando”, concluía el padre de la interviniente.
Claro, no pensaba que su hija tenía novio, Leopoldo  y que antes de casarse quería terminar la construcción de la casa que estaba levantando con su futuro marido  y la ayuda de todo el pueblo; durante el mandato del tío Jesús era así.
De eso no se hablaba en el concejo y el padre daba por hecho que su hija tenía que aportar todo lo que ganara  al mantenimiento del hogar hasta que tuviera el suyo propio.
Juliana y su novio necesitaban muy poco para hacerse con su casa; el padre de Leopoldo les regaló un pequeño solar en el que iban colocando piedras que ajustaban. También habían cortado los árboles del bosque comunal que el concejo había destinado a estos menesteres, con la única condición de plantar y cuidar los sustitutos. El curado de la madera llevaba un tiempo, pero, cimientos, base y sostén del edificio estaban asegurados.
Había que comprar las tejas y mi abuela defendió su derecho a reservar una parte de lo que ganaba en la cosecha del “zafrán” a estos pagos.
El bisabuelo la echó de casa, fue acogida por  don Felipe, el amigo del tío Jesús, quien apreciaba las cualidades de la esbriznadoras que contrataba año tras año.
Fue muy generoso y la abuela supo ganarse un salario que le permitió  reunir en algo más de un año el dinero que faltaba  para tener un hogar en el que instalarse   tras su matrimonio con el abuelo Leopoldo.
Los primeros años del nuevo matrimonio fueron muy duros: el bisabuelo era rencoroso y también lo eran las mozas que no habían logrado repetir en las cosechas del Jiloca.
— ¡Mi madre era muy lista!
Repetía la mía que se me estaba yendo.
Este estribillo estaba acompañado de un no sé qué que me dejó helada la sangre. No se trataba de presagio,  puesto que fue lo último que dijo. La frase fue su postrero  suspiro: se quedó dormida y murió tres días después, sin despertar. Su cara, en casa y en el tanatorio reflejaba paz.
Esa misma paz que lograron Juliana y Leopoldo en un Castrillo contaminado por los rencores.
El abuelo Leopoldo murió joven y cuando apenas había cumplido cuarenta años su viuda tenía tres hijos menores.
Mi madre, la mayor, se fue con catorce años a servir a Bilbao; con su sueldo y el trabajo de la pequeña hacienda salieron adelante la viuda y los huérfanos. La primera murió cuando la prole que se había quedado en el pueblo ya podía apañarse.
Cuando mi madre decidió casarse no encontró las ataduras que le habían sido impuestas a la suya y mantuvo muy buenas relaciones con sus hermanos, hasta el punto que pasábamos todas las vacaciones escolares en Castrillo
He seguido haciéndolo mientras vivieron mis padres, pese a la distancia; saqué mi plaza de profesor en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Confieso que los últimos años no lo hacía por gusto; se trataba de complacer a unos viejos padres que gozaban de su veraneo en la casa de Castrillo.
Este pueblo dejó de gustarme cuando entró en las trampas del poder financiero. Todo empezó con la subida del precio de sus patatas al ser valoradas con la excelencia de producto de siembra.
Después se impusieron las vacas lecheras y se eliminaron las campurrianas utilizadas antes para el trabajo, que apenas daban medio litro de leche tras amamantar a su cría.
Todo el mundo esperaba hacerse rico hasta que, de la noche a la mañana, las empresas que pagaban tan bien sus patatas y leche se olvidaron de ellos 
La juventud se fue y ahora nadie cultiva.
El tío Juan, Eusebio y un largo etcétera que incluye, por supuesto, a Juliana y a Leopoldo ya no están allí.
Ahora no hay matronas, practicantes, enterradores… solidaridad. Cada vecino vive en su mundo.
Ya no volveré a degustar esas patatas, carnes, pan que se producían con tanta calidad.
En el Jiloca se está recuperando la exquisitez que los poderosos financieros quitan.
Tengo una muy pequeña producción de azafrán; me esmero para regalar un hacer que cada día trato de mejorar.





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