Carlos II
—Conocido por su apodo de “El hechizado”, a causa de
sus pintas y endeblez, fue un buen monarca. Sacó a España de la inflación galopante, puso orden en las cuentas,
aumentó la producción y el imperio empezó a levantar.
Yo tenía entendido que siempre delegó el poder y, desde luego, no estaba
el horno para bollos.
No me atreví a contrariar a madre.
Mis humores desaparecían; tenía que haber esperado que tomara aire; hizo
tres grandes aspiraciones y me hizo una seña mayestática que me arrastró al
mismo ejercicio que nos hizo llegar a lo más profundo y degustarlo hasta agotar
nuestras fuerzas antes de expulsar el aire de forma que penetre aún más el
nuevo.
—Al principio de su mandato, el “hechizado” dejó bien claro que no
aceptaría mangoneos y que era muy consciente de sus debilidades y de su falta
de experiencia: escogió gobiernos que estimaba competentes.
Madre tomó unos minutos para
concentrarse, imagino.
—Eso fue mientras vivió Maria
Luisa de Orléans y l@s agentes de la Palatina eran muy escuchados en la corte
española.
Madre no necesitaba explicarme que la consorte española fue acogida de
niña por una madrastra dispuesta a protegerla de intrigas que sabía que la
acechaban a ella misma, y empeñada en encumbrar a su casta.
—¡Qué destino!
Me atreví a opinar.
—El de María Luisa ha sido de los mejores. Carlos II era muy feo y
enclenque, pero buena gente. Me consta que estos reyes fueron felices y los
españoles también lo eran. Antes de venir aquí, “Madame” me explicó que Sus
Majestades habían logrado una deflación tan espectacular que quitó mucho
hambre; la economía empezó a funcionar, se estableció un techo de gasto en un
país en el que el suntuario se comía el presupuesto. Era tan joven como tú lo
eres ahora, pero, tenía que estar preparada para cuando me tocara reemplazar a
la agente cuya correspondencia con la Palatina me servía de aprendizaje. Claro,
que tenía a Versalles para hacer prácticas. ¡Dios! No sé cómo pudo esa mujer
meterme tanto, en poco tiempo y con tal disimulo.
Ya me lo había contado. Madre era consciente, pero, necesitaba,
claramente, que comprendiera su mensaje.
—La Palatina supo encontrar a ministros muy capaces. La muerte de María
Luisa de Orleans cambió todo. Carlos II cayó en depresión. Le casaron con
Mariana de Neoburgo y ésta y el cardenal Portocarrero ejercieron un gobierno
que despilfarró gran parte de lo ganado.
—¿Por qué esta alianza?
—Corren rumores de que la finada reina fue envenenada. Carlos II era
impotente, pero, en la corte y fuera de ella se necesitaba, con urgencia, un
descendiente que diera continuidad a una bonanza que había calmado la tormenta
que llevaba años atormentando. La cuestión es que se torturó a la reina con
pócimas que produjeron grave infección en las entrañas de la pobre niña, ¡tenía
veintiséis años! ¡Había dado a España diez años de su corta vida!
Madre sabía que no había respondido a mi pregunta.
No me dejó mucho tiempo con la duda.
—Luis XIV sabía que Carlos II era impotente. He visto muchos documentos
que lo prueban, dejó que la reina madre, Mariana de Austria y el cardenal de
Portocarrero, en aquel momento arzobispo de Toledo, colocaran a Mariana de
Neoburgo, una supuesta coneja; las mujeres de esa familia son muy buenas
paridoras. Para lo que iba a durar el rey…
—Claro y a la muerte de éste, sin herederos, Luis XIV podría, a justo
título, cobrarse el favor y así lo hizo.
Madre me miró sin mostrar sorpresa alguna por mi perspicacia.
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