miércoles, 19 de septiembre de 2018

CARLOS III: El INSPERADO- Carlos II



Carlos II

Conocido por su apodo de “El hechizado”, a causa de sus pintas y endeblez, fue un buen monarca.  Sacó a España de la inflación galopante, puso orden en las cuentas, aumentó la producción y el imperio empezó a levantar.

Yo tenía entendido que siempre delegó el poder y, desde luego, no estaba el horno para bollos.
No me atreví a contrariar a madre.
Mis humores desaparecían; tenía que haber esperado que tomara aire; hizo tres grandes aspiraciones y me hizo una seña mayestática que me arrastró al mismo ejercicio que nos hizo llegar a lo más profundo y degustarlo hasta agotar nuestras fuerzas antes de expulsar el aire de forma que penetre aún más el nuevo.

—Al principio de su mandato, el “hechizado” dejó bien claro que no aceptaría mangoneos y que era muy consciente de sus debilidades y de su falta de experiencia: escogió gobiernos que estimaba competentes.
Madre  tomó unos minutos para concentrarse, imagino.
—Eso fue mientras vivió  Maria Luisa de Orléans y l@s agentes de la Palatina eran muy escuchados en la corte española.
Madre no necesitaba explicarme que la consorte española fue acogida de niña por una madrastra dispuesta a protegerla de intrigas que sabía que la acechaban a ella misma, y empeñada en encumbrar a su casta.

—¡Qué destino!
Me atreví a opinar.

—El de María Luisa ha sido de los mejores. Carlos II era muy feo y enclenque, pero buena gente. Me consta que estos reyes fueron felices y los españoles también lo eran. Antes de venir aquí, “Madame” me explicó que Sus Majestades habían logrado una deflación tan espectacular que quitó mucho hambre; la economía empezó a funcionar, se estableció un techo de gasto en un país en el que el suntuario se comía el presupuesto. Era tan joven como tú lo eres ahora, pero, tenía que estar preparada para cuando me tocara reemplazar a la agente cuya correspondencia con la Palatina me servía de aprendizaje. Claro, que tenía a Versalles para hacer prácticas. ¡Dios! No sé cómo pudo esa mujer meterme tanto, en poco tiempo y con tal disimulo.
Ya me lo había contado. Madre era consciente, pero, necesitaba, claramente, que comprendiera su mensaje.
—La Palatina supo encontrar a ministros muy capaces. La muerte de María Luisa de Orleans cambió todo. Carlos II cayó en depresión. Le casaron con Mariana de Neoburgo y ésta y el cardenal Portocarrero ejercieron un gobierno que despilfarró gran parte de lo ganado.

—¿Por qué esta alianza?

—Corren rumores de que la finada reina fue envenenada. Carlos II era impotente, pero, en la corte y fuera de ella se necesitaba, con urgencia, un descendiente que diera continuidad a una bonanza que había calmado la tormenta que llevaba años atormentando. La cuestión es que se torturó a la reina con pócimas que produjeron grave infección en las entrañas de la pobre niña, ¡tenía veintiséis años! ¡Había dado a España diez años de su corta vida!
Madre sabía que no había respondido a mi pregunta.
No me dejó mucho tiempo con la duda.

—Luis XIV sabía que Carlos II era impotente. He visto muchos documentos que lo prueban, dejó que la reina madre, Mariana de Austria y el cardenal de Portocarrero, en aquel momento arzobispo de Toledo, colocaran a Mariana de Neoburgo, una supuesta coneja; las mujeres de esa familia son muy buenas paridoras. Para lo que iba a durar el rey…

—Claro y a la muerte de éste, sin herederos, Luis XIV podría, a justo título, cobrarse el favor y así lo hizo.
Madre me miró sin mostrar sorpresa alguna por mi perspicacia.

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