domingo, 30 de septiembre de 2018

CARLOS III: EL INESPERADO María Amalia de Sajonia



María Amalia de Sajonia

En efecto la que llevaba el timón del reino durante nuestra la ausencia del rey, su esposo, me había felicitado, con entusiasmo, por la inmediata y eficaz respuesta de los Lazzaroni a la amenaza de los cañones ingleses.

“Ahora comprendo tu apuesta”, escribía una reina que sabía apreciar la eficacia de lo que se le había presentado como chusma.
En efecto, Su Majestad Católica la había aleccionado para que alejase del rey Carlos esa “tara” que consideraba la Farnesio, la “excesiva escucha de su hijo a un populacho nauseabundo”.

La madre que había escogido con lupa a la María Amalia Walburga, hija primogénita de Augusto III de Polonia y elector de Sajonia, se equivocó una vez más.
La desposada tenía 13 años, el marido 21.
La boda por poderes se celebró en el palacio sajón de Dresde, el 9 de mayo de 1738.

El encuentro de la nueva pareja se produjo  el 19 de junio.

Esa misma noche consumaron el sacramento.
Seguían al pie de la letra las órdenes de la Farnesio.
No hubo fruto hasta que la reina cumplió 15 años, en 1740.

Como consecuencia de no haber esperado a la pubertad de la desposada, la niña, María Isabel Antonia  nació muy débil y su salud agravó alarmantemente en aquel fatídico agosto de 1742, en que la Armada inglesa amenazaba con bombardear Nápoles.

 Marianina y María Amalia  tenían una gran intimidad en su correspondencia, pese a la férrea censura impuesta por la Farnesio.

Una sirvienta de las intimidades de la reina de Nápoles  supo encontrar el momento y el lugar para que Su Majestad leyera y respondiera.
Estas mujeres compartían mucho.

Ambas amaban a unos maridos que les habían sido impuestos. No se planteaban el uso que la política hacía de ellas. Lo aceptaban como un destino.
Otra cosa es el mal uso que sufrieron.

Ninguna de ellas tenía un proyecto político. No les gustaba el que padecíamos.

Puedo opinar sobre esta correspondencia, porque tenía que leerla para dar fe ante tod@s l@s afectados para hacer posible que estas mujeres sacaran sus entrañas.

Habíamos hecho un buen trabajo, posible, claro, porque estas criaturas eran muy sensibles y porque los maridos que les había dado el “destino” tenían madera para tomar sus propias decisiones en el gobierno.

En efecto, el rey de las Dos Sicilias estaba a punto de tomar las riendas. Así lo haría después, el rey Pedro I de Portugal.

Pese a la inquietud de la reina María Amalia por el empeoramiento de la salud de su primogénita, en el mensaje que ésta había enviado a su real esposo le indicaba su confianza en la Piazza, que había sido activada por los Lazzaroni.

La familia real estaba bien protegida.
Se limitó a explicar que su padre, el rey de Polonia  se disponía a firmar un tratado de paz con la reina de Hungría María Antonia de Hugría, porque el soberano consideraba que la guerra proclamada por Francia contra la última y los aliados de la misma, Inglaterra y Holanda, el 3 de julio de 1742, se había hecho sin consultar con los aliados.

—Y por tanto, el rey de Nápoles, víctima no consultada…
El rey esperaba mi conclusión.

No se la di, tanto él, como yo, sabíamos que la Farnesio se había metido en ese lio y que el rey de Cerdeña  había firmado una alianza con la reina de Hungría, para obtener el apoyo de ésta en la conquista de los territorios italianos que estaban en manos de los Borbón.

Ya estaba acercándose a los ducados de Parma y Plasencia, gobernados entonces por su hermano, desde junio.

El hermano de sangre imploraba una respuesta.
—Su Majestad la reina de las Dos Sicilias os ha expresado su confianza en vuestros súbditos. Tenéis que contar más con ellos que con un juego político que augura grandes cambios que afectan a las potencias; Nápoles tiene que encontrar su espacio y para ello necesita dejar clara su neutralidad.
El rey parecía dudar.

Mi respuesta no podía hacerse esperar.
—El rey de las Dos Sicilias nada puede hacer contra la invasión inglesa.
—Has afirmado que el pueblo resiste…
—Lo hace. ¿Cuánto tiempo podrá resistir al bloqueo?
El hermano de sangre me vomitó sus miedos.
—¿Quién nos defenderá frente al avance del sardo?
—El pueblo, ese que está comprobando que les estáis liberando del imperio extranjero, el de las potencias que están perdiendo su poderío.
—Si, como afirma la reina, su padre,  el rey de Polonia y elector de Sajonia va a salirse de esta guerra…

El rey y yo no hicimos mención a la ausencia de noticias sobre la salud de la princesita.
Yo había leído el mensaje enviado por un padre angustiado,  a nuestra Marianina”…
—¿Y el Regimiento de Infantería de Palermo?
Se inquietó el rey
Nada más fácil de tranquilizar.
—¿Puede caber la menor duda sobre la respuesta del  coronel  Giovanni Battista?

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