Las políticas y los venenos
Nunca sabré lo que hubo; no puedo pasar más allá de las meras sospechas
que me inspiran hechos:
Felipe V pasó su vida devorado por los miedos.
Nada de extrañar en un caso como el suyo: segundo hijo de un Delfín con
descendencia; tenía pocas probabilidades
de acceder al trono francés.
Pero, una serie de muertes precedieron a la de Luis XIV: el Delfín, en
1711; el primogénito del mismo, 1712 , los dos primeros hijos del último ,en 1705
y en 1712.
El único superviviente gobernó
con el título de Luis XV: un niño muy frágil.
El soberano español ocupaba el primer lugar en la línea de sucesión al
trono francés.
Odiaba gobernar España; abdicó en su hijo Luis I en1724.
Buscaba un Versalles en el que sedimentaron sus miedos.
Los escándalos de venenos, ya aludidos, implicaron a la entonces amante de Luis XIV,
la marquesa de Montespan , a quien se
acusaba, entre otras cosas, de suministrar brebajes al soberano, al objeto de
tenerle dominado por la pasión amorosa.
Rumores que jugaban gran papel en
una corte marcada por “muertes sospechosas”, como fue el caso de la primera
duquesa de Orleans, Enriqueta de Navarra , en 1670 o la de la madre del primer
Borbón que se sentó en el trono francés, la reina Juana de Navarra , en1572. En
ambos casos se adujo razón de Estado.
La argucia cayó por su propio peso: el asesinato de Juana de Navarra por
la reina Catalina de Médici no impidió que el hijo de la envenenada, el jefe de
los rebeldes protestantes, fuera coronado, aunque, el nuevo soberano abrazara
el catolicismo. “París bien vale una misa”, dijo el nuevo rey de la dinastía
Borbón, en Francia, Enrique IV.
También la Delfina, María Ana Victoria de Baviera metió todo tipo de temores a sus hijos.
Razones no faltaban a la dama.
Llegó a Francia ilusionada; Luis
XIV la necesitaba para ejercer un papel de primera dama que venía largo a la
reina María Teresa de Austria, y que era
usurpado por las amantes del soberano.
La vida licenciosa del
último estaba implicada en las historias
de los envenenamientos y el propio Luis XIV tenía interés en la desaparición de
su amante y cuñada, Enriqueta de Inglaterra.
María Ana defraudó a su suegro cuando éste más la
necesitaba; fue acusada de hipocondría, injustamente, puesto que la autopsia que se realizó tras su muerte
(1690), reveló que eran ciertas las
dolencias que la difunta alegaba para recluirse en sus apartamentos, en los que
se comunicaba en alemán para tratar de aliviar los miedos que le inspiraba
Versalles.
La difunta fue sustituida por la duquesa de Borgoña, María Adelaida de
Saboya,la hermana de María Luisa Gabriela de Saboya, primera esposa de Felipe
V.
María Adelaida iluminó y legitimó Versalles solamente un año; murió en
1712, supuestamente del sarampión. La autopsia no mostró síntomas de esta
enfermedad y se volvió a pensar en el veneno puesto que se encontró sangre
abrasada.
Así nos vino Felipe V; cargado de miedos y de taras.
Hay otra cosa que marcó a este personaje siniestro y a sus herederos: la
atracción por la sangre derramada por sus víctimas.
Le bastaron las corridas de toros para hacerse español; su ensañamiento
con Cataluña le llevaba al orgasmo. La caza siempre estaba a su alcance.
Pues sí, Felipe V nos impuso sus taras
al futuro Carlos III y a mí.
¿Por qué pensé que madre hubiera podido actuar contra María Luisa
Gabriela de Saboya?
Esa pobre mujer sufría de tuberculosis y al mismo tiempo sabía que tenía
que dar placer al rey en la cama, y engendrar hijos. Ya había cumplido, con creces esta última misión, pero le quedaba la de calmar la
lujuria de su real marido.
Había dos formas de atacar a la
reina:
Actuar sobre su delicada salud
Cargar más la fogosidad del marido.
¿Lo hizo madre?
¿Por qué me asalta la duda?
Quizá sea por el ambiente que creaba Felipe V en el entorno en que nos
tocaba vivir.
Quizá, también fuera por las
disputas de la princesa de los Ursinos y de la Maintenon a las que tan a menudo
aludía madre.
Se me ocurre otra explicación, aunque nadie me la haya evocado.
El padre de la difunta, Víctor Amadeo II de Saboya, desde el inicio de su reinado, 14
de mayo de 1684, se mostró recalcitrante en seguir la alianza con Francia inculcada
por la regencia de su madre, pese a su reciente alianza con Ana María de
Orleans, hija de la envenenada Enriqueta
de Inglaterra, y por tanto, sobrina de Luis VIV.
Poco duró la alianza, el saboyano decidió adherir a la Liga de Augsburgo
(1688), opuesta al predominio francés.
Pero, sus intenciones fueron descubiertas a tiempo por el “amigo” al que
se disponía a traicionar, y pagó su traición,
pese a una efímera victoria de as
fuerzas hispano saboyanas en Cuneo
(1691). La derrota llegó pronto (1693) y el buen Amadeo volvió a sus amistades
con los franceses y en prueba de ello casó a su hija María Adelaida, que fue
madre de Felipe V de España, con el
duque de Borgoña y Delfín (1697)
No sirvió de gran cosa esta alianza, puesto que en 1703, el ingrato
padre se unió a la Gran Alianza.
Francia y España tenían a toda Europa en contra y las pérdidas eran
considerables.
La princesa de los Ursinos no estaba dispuesta a dejar su hueso, pese a
las magulladuras que sufrió de todas partes.
La Maintenon y Luis XIV consideraron que tenían mucho que perder: las
arcas estaban vacías, la población hambrienta
y, lo peor, cada vez había más riesgo de que se produjera una invasión,
Lille cayó en 1708.
—¡El matrimonio de Felipe V con María Luisa Gabriela de Saboya no había sido, definitivamente, una buena
idea!
Dije sin aspavientos
—Estás hablando con Isabel Carlota, la agente de la Palatina, madrasta
de María Ana de Orleans, a quien defendió como si la hubiera parido, y madre de María Adelaida y de María Luisa.
Madre nunca disponía de tiempo
para explicaciones.
Por algo se molestó en darlas en
aquel momento:
—Mira…
Se interrumpió mientras dejaba asomar una ternura que nunca había
descubierto en ella.
—Tenía tu edad cuando entré de fregona en los apartamentos de Madame,
título honorífico que ostentaba la cuñada de un Luis XIV , alejado de ella por
la entrometida Maintenon. Era una historia de viej@s. Yo era una niña…
No se abandonó mucho tiempo a la emoción.
—Simplemente porque sí, me puse, desde un principio, del lado de la Palatina. ¡Me caía bien la
vieja!
Pausa apaciguada.
—Ella no tardó en hacerme comprender que la simpatía era recíproca. Dejé
de ser criada, a los seis añitos, para crecer como hacen los capullos de los
gusanos de seda.
¿Dejaba salir una lagrimita?
Espero que lo hiciera aunque tengo mis dudas: sus maquillaje, peinado y
actitud me inclinaban a pensar lo
contrario.
Me dio un beso que me dejó con las mismas dudas.
—Verás...
¿Carraspeaba?
Siquiera me dio tiempo a preguntármelo.
—No da de sí la miseria y la corte es nauseabunda, pero da mendrugos. Mi
familia tuvo que luchar para conseguirme el empleo de fregona y yo tenía que
reembolsar los esfuerzos y mi crianza. ¿Eran mejores que las cortesanas
intrigantes a las que servíamos?
Me miró fijamente mientras me decía, sin muestra alguna de propósito de
enmienda.
—Aprendí: me costó años, pero no soy una criada y disfruto del confort
de una señora. He hecho de ti un señor que no ha necesitado perder tantos años
en el aprendizaje.
—¿Por qué estorbaba María Luisa Gabriela a la duquesa de Orléans?
No sé de dónde me vinieron las fuerzas, pero sentí que había dado en el
clavo.
—Estorbaba a la Maintenon. Francia acumulaba derrota tras derrota y a
unas arcas vacías se unieron las furias del invierno francés de 1709. La situación amenazaba
explosión y la diplomacia de Luis XIV se puso a buscar una paz que terminara
con la sangría…
—Ya, y la Ursinos y la Saboya se obstinaban en preservar el reino de
España. Una historia de mujeres ¿Cuáles son nuestros intereses, quiero decir,
los de la Palatina?
—Tendrás que desintoxicarte de los miedos a los venenos que impone este
rey enfermo.
Ciertamente; el ambiente estaba muy cargado por los miedos del rey y por
la desmesurada ambición de Isabel de Farnesio.
Recuerdo que el príncipe Carlos y yo temíamos que la reina cometía brujería con unos
hijastros que mantenía aislados y siquiera nos dejaba nombrar.
Decididamente, era una bruja y, desde luego, yo lo pasaba muy mal cuando
acompañaba al primogénito a sus visitas al laboratorio que se había hecho
montar la reina.
Allí había potingues, cachivaches, telescopios, alambiques…
Estábamos tan alejados de miradas como los intrusos hijastros. Tenía que
disimular mis temores con la sonrisa que tanto esmero había puesto en
inculcarme mi progenitora.
El príncipe parecía disfrutar. Temo que se aferraba al único alivio que
se le otorgaba a la lejanía de un padre que vivía en su mundo, y de una madre
atrapada por la ambición y por el desgarro que suponía llevar las riendas de
caballos desbocados.
—Muy pronto reinarás sobre el territorio que gobernaba Víctor Amadeo de
Saboya, el pusilánime padre de la finada madre de tus hermanastros.
Me quedé de piedra cuando escuché eso de la reina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario