sábado, 15 de septiembre de 2018

CARLOS III; EL INISPERADO- Las políticas y los venenos-


Las políticas y los venenos

Nunca sabré lo que hubo; no puedo pasar más allá de las meras sospechas que me inspiran hechos:
Felipe V pasó su vida devorado por los miedos.
Nada de extrañar en un caso como el suyo: segundo hijo de un Delfín con descendencia;  tenía pocas probabilidades de acceder al trono francés.

Pero, una serie de muertes precedieron a la de Luis XIV: el Delfín, en 1711; el primogénito del mismo, 1712 , los dos primeros hijos del último ,en 1705 y en 1712.
 El único superviviente gobernó con el título de Luis XV: un niño muy frágil.

El soberano español ocupaba el primer lugar en la línea de sucesión al trono francés.
Odiaba gobernar España; abdicó en su hijo Luis I  en1724.

Buscaba un Versalles en el que sedimentaron sus miedos. 

Los escándalos de venenos, ya aludidos,  implicaron a la entonces amante de Luis XIV, la marquesa de Montespan ,  a quien se acusaba, entre otras cosas, de suministrar brebajes al soberano, al objeto de tenerle dominado por la pasión amorosa.
Rumores que jugaban gran papel  en una corte marcada por “muertes sospechosas”, como fue el caso de la primera duquesa de Orleans, Enriqueta de Navarra , en 1670 o la de la madre del primer Borbón que se sentó en el trono francés, la reina Juana de Navarra , en1572. En ambos casos se adujo razón de Estado.

La argucia cayó por su propio peso: el asesinato de Juana de Navarra por la reina Catalina de Médici no impidió que el hijo de la envenenada, el jefe de los rebeldes protestantes, fuera coronado, aunque, el nuevo soberano abrazara el catolicismo. “París bien vale una misa”, dijo el nuevo rey de la dinastía Borbón, en Francia, Enrique IV.

También la Delfina, María Ana  Victoria de Baviera  metió todo tipo de temores a sus hijos.
Razones no faltaban a la dama.

 Llegó a Francia ilusionada; Luis XIV la necesitaba para ejercer un papel de primera dama que venía largo a la reina María Teresa de Austria,  y que era usurpado por las amantes del soberano.
 La vida licenciosa del último  estaba implicada en las historias de los envenenamientos y el propio Luis XIV tenía interés en la desaparición de su amante y cuñada, Enriqueta de Inglaterra.

 María Ana  defraudó a su suegro cuando éste más la necesitaba; fue acusada de hipocondría, injustamente, puesto que  la autopsia que se realizó tras su muerte (1690),  reveló que eran ciertas las dolencias que la difunta alegaba para recluirse en sus apartamentos, en los que se comunicaba en alemán para tratar de aliviar los miedos que le inspiraba Versalles.
La difunta fue sustituida por la duquesa de Borgoña, María Adelaida de Saboya,la hermana de María Luisa Gabriela de Saboya, primera esposa de Felipe V.

María Adelaida iluminó y legitimó Versalles solamente un año; murió en 1712, supuestamente del sarampión. La autopsia no mostró síntomas de esta enfermedad y se volvió a pensar en el veneno puesto que se encontró sangre abrasada.

Así nos vino Felipe V; cargado de miedos y de taras.
Hay otra cosa que marcó a este personaje siniestro y a sus herederos: la atracción por la sangre derramada por sus víctimas.

Le bastaron las corridas de toros para hacerse español; su ensañamiento con Cataluña le llevaba al orgasmo. La caza siempre estaba a su alcance.
Pues sí, Felipe V nos impuso sus taras  al futuro Carlos III y a mí.

¿Por qué pensé que madre hubiera podido actuar contra María Luisa Gabriela de Saboya?
Esa pobre mujer sufría de tuberculosis y al mismo tiempo sabía que tenía que dar placer al rey en la cama, y  engendrar hijos.  Ya había cumplido, con creces esta última  misión, pero le quedaba la de calmar la lujuria de su real marido.
Había dos formas de  atacar a la reina:
Actuar sobre  su delicada salud
Cargar más la fogosidad del marido.
¿Lo hizo madre?
¿Por qué me asalta la duda?

Quizá sea por el ambiente que creaba Felipe V en el entorno en que nos tocaba vivir.
 Quizá, también fuera  por  las disputas de la princesa de los Ursinos y de la Maintenon a las que tan a menudo aludía madre.

Se me ocurre otra explicación, aunque nadie me la haya evocado.

El padre de la difunta, Víctor Amadeo  II de Saboya, desde el inicio de su reinado, 14 de mayo de 1684, se mostró recalcitrante en seguir la alianza con Francia inculcada por la regencia de su madre, pese a su reciente alianza con Ana María de Orleans, hija de la envenenada  Enriqueta de Inglaterra, y por tanto, sobrina de Luis VIV.

Poco duró la alianza, el saboyano decidió adherir a la Liga de Augsburgo (1688), opuesta al predominio francés.

Pero, sus intenciones fueron descubiertas a tiempo por el “amigo” al que se disponía a traicionar, y pagó su traición,  pese a  una efímera victoria de as fuerzas hispano saboyanas  en Cuneo (1691). La derrota llegó pronto (1693) y el buen Amadeo volvió a sus amistades con los franceses y en prueba de ello casó a su hija María Adelaida, que fue madre de Felipe V de España,  con el duque de Borgoña y Delfín  (1697)
o surgió la GUERRA DE SUCCESIÓN A LA CORONA ESPAÑOLA  (1702), Luis XIV desconfiaba de Saboya  y esa fue una de las razones de concertar el matrimonio de Felipe V con María Luisa, Gabriela de Saboya.

No sirvió de gran cosa esta alianza, puesto que en 1703, el ingrato padre se unió a la Gran Alianza.

Francia y España tenían a toda Europa en contra y las pérdidas eran considerables.

La princesa de los Ursinos no estaba dispuesta a dejar su hueso, pese a las magulladuras que sufrió de todas partes.

La Maintenon y Luis XIV consideraron que tenían mucho que perder: las arcas estaban vacías, la población hambrienta  y, lo peor, cada vez había más riesgo de que se produjera una invasión, Lille cayó en 1708.

—¡El matrimonio de Felipe V con María Luisa Gabriela de Saboya  no había sido, definitivamente, una buena idea!
Dije sin aspavientos
—Estás hablando con Isabel Carlota, la agente de la Palatina, madrasta de María Ana de Orleans, a quien defendió como si  la hubiera parido, y  madre de María Adelaida y  de María Luisa.
 Madre nunca disponía de tiempo para explicaciones.
Por algo  se molestó en darlas en aquel momento:
—Mira…
Se interrumpió mientras dejaba asomar una ternura que nunca había descubierto en ella.

—Tenía tu edad cuando entré de fregona en los apartamentos de Madame, título honorífico que ostentaba la cuñada de un Luis XIV , alejado de ella por la entrometida Maintenon. Era una historia de viej@s. Yo era una niña…
No se abandonó mucho tiempo a la emoción.

—Simplemente porque sí, me puse, desde un principio,  del lado de la Palatina. ¡Me caía bien la vieja!

Pausa apaciguada.
—Ella no tardó en hacerme comprender que la simpatía era recíproca. Dejé de ser criada, a los seis añitos, para crecer como hacen los capullos de los gusanos de seda.
¿Dejaba salir una lagrimita?
Espero que lo hiciera aunque tengo mis dudas: sus maquillaje, peinado y actitud me inclinaban  a pensar lo contrario.

Me dio un beso que me dejó con las mismas dudas.
—Verás...
¿Carraspeaba?
Siquiera me dio tiempo a preguntármelo.
—No da de sí la miseria y la corte es nauseabunda, pero da mendrugos. Mi familia tuvo que luchar para conseguirme el empleo de fregona y yo tenía que reembolsar los esfuerzos y mi crianza. ¿Eran mejores que las cortesanas intrigantes a las que servíamos?
Me miró fijamente mientras me decía, sin muestra alguna de propósito de enmienda.
—Aprendí: me costó años, pero no soy una criada y disfruto del confort de una señora. He hecho de ti un señor que no ha necesitado perder tantos años en el aprendizaje.
—¿Por qué estorbaba María Luisa Gabriela a la duquesa de Orléans?
No sé de dónde me vinieron las fuerzas, pero sentí que había dado en el clavo.
—Estorbaba a la Maintenon. Francia acumulaba derrota tras derrota y a unas arcas vacías se unieron las furias del invierno  francés de 1709. La situación amenazaba explosión y la diplomacia de Luis XIV se puso a buscar una paz que terminara con la sangría…
—Ya, y la Ursinos y la Saboya se obstinaban en preservar el reino de España. Una historia de mujeres ¿Cuáles son nuestros intereses, quiero decir, los de la Palatina?

—Tendrás que desintoxicarte de los miedos a los venenos que impone este rey enfermo.
Ciertamente; el ambiente estaba muy cargado por los miedos del rey y por la desmesurada ambición de Isabel de Farnesio.

Recuerdo que el príncipe Carlos y yo temíamos  que la reina cometía brujería con unos hijastros que mantenía aislados y siquiera nos dejaba nombrar.
Decididamente, era una bruja y, desde luego, yo lo pasaba muy mal cuando acompañaba al primogénito a sus visitas al laboratorio que se había hecho montar la reina.

Allí había potingues, cachivaches,  telescopios, alambiques…
Estábamos tan alejados de miradas como los intrusos hijastros. Tenía que disimular mis temores con la sonrisa que tanto esmero había puesto en inculcarme mi progenitora.
El príncipe parecía disfrutar. Temo que se aferraba al único alivio que se le otorgaba a la lejanía de un padre que vivía en su mundo, y de una madre atrapada por la ambición y por el desgarro que suponía llevar las riendas de caballos desbocados.

—Muy pronto reinarás sobre el territorio que gobernaba Víctor Amadeo de Saboya, el pusilánime padre de la finada madre de tus hermanastros.

Me quedé de piedra cuando escuché eso de la reina.

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