miércoles, 26 de septiembre de 2018

CARLOS III: EL INESPERADO. Los Lazzaroni



 Los Lazzaroni


Las maniobras italianas de sus Majestades Católicas inquietaban en todas las cortes y también lo hacían en el propio Nápoles.

Habíamos llegado allí porque la muerte del rey de Polonia, Augusto II Wettin, el 1 de febrero de 1733 confrontó, abiertamente a Austria y a Francia.
Al no ser hereditaria esta corona, la elección del sucesor oponía la candidatura del suegro de Luis XV, Estalisnao Leszynski,  y Austria apoyaba al hijo del difunto monarca y elector de Sajonia, Augusto.

La diplomacia española contaba con la alianza francesa para invadir territorios austriacos del sur de Italia y el cardenal Fleury quería alejar el conflicto bélico de los intereses de Holanda y de Inglaterra.

Ese fue el único acierto, lo demás fue una sangría para las ya vacías arcas del reino, por las escaramuzas militares y políticas.

No bastó, ni mucho menos, con los tesoros arrebatados a los ducados de Parma y Plasencia, cuando su duque decidió la orden de abandonarlos para conquistar la corona de las Dos Sicilias.

Había que comprar a La Piazza, a la Iglesia y a San Jenaro, así como a los corifeo que pregonaban la “Santa Doctrina Salvadora” de unos napolitanos atrapados por el despotismo de un imperio austriaco que les había impuesto recientemente a un Virrey, Visconti.

También la Farnesio se ocupó de comprar al último para que hullera antes de la entrada triunfal del infante Carlos en Nápoles.

A nadie importaba que se llevara todo lo que pudo y tampoco se pensó en las dificultades de un gobierno que encontraba las arcas vacías o en la imposibilidad de cumplir las promesas de exoneraciones fiscales que hicieron con tanta generosidad Sus Majestades Católicas para lograr los aplausos al “libertador”.

Nada se hubiera conseguido sin el estruendo del entusiasmo de los Lazzaroni; el “populacho” para los diplomáticos.

Esos hombres y mujeres se hicieron dueños de la calle, desde la Porta Capuana y el Palacio Real. Alababan la belleza de un nuevo rey que consideraban representar a un San Jenaro cuya estatua no hacía justicia a aquella.

La llegada de Carlos a su palacio cimentó su gobierno y la sangre roja de San Jenaro se encarnó en un pueblo de todos olvidado.

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