La Guerra de la devolución
A la muerte de Felipe IV (1665), Carlos II tenía cuatro años.
Las intrigas que se traían en Roma la princesa de los Ursinos y el
cardenal Portocarrero eran muy complejas.
Un rey niño y debilucho.
Una regente, Mariana de Austria, que tenía sus propios proyectos e
intereses.
Un bastardo reconocido y con poder, Juan José de Austria, que quería
imponer los suyos.
La guerra proclamada por Luis XIV
en defensa de los derechos de su esposa sobre Flandes, alegando que ésta era hija del primer
matrimonio del difunto rey, mientras que el rey niño era hijo de un segundo,
fue un duro golpe.
El Rey Sol recurrió a interpretaciones de justicia flamenca y madre
insistía en atribuir un papel importante en la defensa de las mismas, en Roma,
a la Ursinos.
Portocarrero no tuvo tan mal destino, los poderosos enviaban sus mejores
embajadores al foro más visible de la política internacional.
No parece que el gobierno de Juan José de Austria anduviera desacertado.
La guerra que desencadenó Luis XIV duró un año (1667/1668) Gracias a la
Tripe Alianza (Holanda, Inglaterra y
Suecia), el monarca francés tuvo que ser más benévolo en el Tratado de
Aquisgrán (1668) que marcó el principio del fin de la potencia española.
—Pese a todos los esfuerzos que hizo por parir un sucesor, María Luisa
de Orléans murió sin dejar descendencia.
La expresión que utilizaba madre era emblemática.
Bien sabía yo que la cuñada del REY SOL no era ajena a los tejemanejes.
—¿Y el matrimonio de Carlos II con Mariana de
Neoburgo?
Madre buscó un rato la respuesta, para soltarme el
discurso más largo que he escuchado de su boca en toda mi vida.
Parecía incomodarle mi corta edad.
En realidad, yo creo que la cosa venía más del
agobio que sentía ante la urgencia de dejarme bien armado antes de un
fallecimiento que preveía pronto.
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