El cardenal de Portocarrero
A la muerte de María Luisa de Orléans, Carlos II se sintió muy solo; la
difunta había sido el único amor de su vida, porque ella cambió la repulsión que
le inspiraba el físico de su marido por una complicidad que despertó ese ser
apagado.
Nunca se pensó que llegara a reinar y por tanto se descuidó su
preparación para el cargo.
Lamentaba los esfuerzos y los tratamientos que se imponían a una esposa
por el simple hecho que él era incapaz de engendrar un heredero. Nada podía
hacer y el matrimonio no fue capaz de lograr que la corte comprendiera la
situación.
Así se había sacrificado una reina que logró aflorar una soberanía que
yacía.
En esta situación apareció el cardenal en la postración del monarca, se
asoció a una reina madre que odiaba. Supo aprovechar muy bien su influencia en
el Consejo de Estado y su poder como arzobispo de Toledo para imponer al augusto
viudo una alianza paridora.
Carlos II se dejó mangonear y la sangría se comió casi todos los
avances. Eso era de esperar.
Madre parecía muy cansada, pero segura de que tenía que continuar.
—Desde su llegada a Madrid, en 1690 la Neoburgo tomó el mando y aquí
surgió el problema: las reinas madre y consorte tenían un candidato distinto
para la sucesión…
Me aventuré en un intento de
aligerar la carga a una madre que se me estaba yendo…
—No era una simple reyerta entre las cortes alemanas, buena para nuestra
causa. Había algo que se había escapado, José Fernando de Baviera fue designado
sucesor en el primer testamento del rey (1696). Decisión de la reina madre,
pese a la encarnizada lucha de la regente en imponer la candidatura de su
sobrino, el hijo del emperador de Austria. Ambas querían dar un heredero de su
sangre. El bisnieto de la primera y el sobrino de la última.
Fue el triunfo del partido bávaro, liderado por Mariana de Austria y por
el cardenal de Portocarrero…
Madre era muy fuerte pero se ahogaba inútilmente:
De sobra conocía la historia y se la recité mientras ella escuchaba.
—La alianza de Margarita Teresa de Austria, hija de Felipe IV y de
Mariana de Austria, y, por tanto, hermana de Carlos II, había sido ya una clave
de las políticas de la reina madre. Prometida al emperador de Austria desde
1660, se había retrasado el enlace por razones políticas.
Me interrumpí un momento para disfrutar de una mirada aprobadora.
—A la muerte del rey, pese a que el candidato era hermano de la regenta,
ésta continuó con la estrategia. Era
necesario asegurar la supervivencia de un Carlos II muy débil, antes de casar a
una posible sucesora.
La mirada de madre me imploraba que continuara.
—El matrimonio fue retrasado todo lo que daba de si la maniobra, pero
tuvo que celebrarse el 25 de abril de 1666, pero, pese a que la emperatriz
murió a los 21 años, dejo heredero al imperio austriaco y a María Antonia. La
última fue prometida a Carlos II, pero durante el gobierno de Juan José de
Austria, se optó por el matrimonio del soberano con María Luisa de Orleans.
María Antonia casó con el elector de Baviera, Maximiliano Manuel y tuvieron un
hijo: José Fernando. Los retrasos del matrimonio habían permitido que no
constase la renuncia a sus derechos a la línea de sucesión de María Antonia,
como había tenido que hacer María Teresa de Austria, hija del primer matrimonio
de Felipe IV, con Isabel de Francia, al casarse con Luis XIV.
Madre dormía. La había tranquilizado.
No era mi caso.
Cierto que los derechos sucesorios de María Antonia existían intactos en
España. La renuncia que firmó la misma en el imperio austriaco y en su
testamento, era un buen argumento para poner en tela de juicio la primacía de
José Fernando. ¿Cómo pudo lograr la reina madre formar el partido Bávaro y convencer al cardenal Portocarrero para que
éste lo liderara y consiguiera, tras la muerte de la reina madre, que Carlos II
desatendiera los gritos de su consorte y nombrara sucesor al candidato?
¿Quiénes fueron l@s ejecutor@s de la desaparición del mismo?
¿Qué relaciones existían entonces entre Portocarrero y la princesa de
los Ursinos?
Tendría que esperar a que madre tuviera un merecido descanso reparador. Ambos
sabíamos que su vida se apagaba.
¡Me quedaba tanto por aclarar!
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