viernes, 28 de septiembre de 2018

CARLOS III: INSPERADO La princesa de Brasil I





La princesa de Brasil

—¿Cómo has conseguido burlar las censuras para que me llegue esto?

Su majestad tenía en la mano una carta escrita por la propia Marianina, a escondidas, yo había intervenido para que le llegara sin dejar rastro.

No pude reprimir un gesto de desaprobación. Una vez llegado el mensaje a su destinatario, debía ser destruido, por nuestra seguridad y por la de Su Alteza Real la Princesa de Brasil y Duquesa de Braganza, nuestra entrañable Marianina.

—He querido que lo quememos juntos…
El soberano se sintió obligado a justificarse.
—Nada que temer; desde que me lo hiciste llegar lo llevo encima. Aún nadie ha tenido acceso a mi persona y también Marianina  ¿Recuerdas que se enteró de lo nuestro y fue la primera que se hizo la herida para hermanarse en nuestra sangre?

¿Cómo no recordar aquel gesto que cuya ocultación causó tantos dolores de cabeza a madre?
Acababan de anunciar a la infanta su compromiso con Luis XV. No sé cómo se las arregló la chiquilla para burlar a sus niñeras y a la férrea vigilancia que la Farnesio imponía a su primogénito.
Encontrarme a mí era más fácil; yo estaba allí para que me descubrieran.

—Me pregunto cómo logró enterarse de nuestro hermanamiento de sangre.
Dijo el amigo que ha aprendido de su hermana a bajarse del pedestal cuando hace falta.

—Recordad que esa niña cautivó a Francia.
Yo mismo le había hecho llegar la descripción del entusiasmo que provocaban en París las frecuentes apariciones de la niña futura reina que nos hacía llegar la Palatina.

Sus Majestades Católicas no habían tenido tiempo de consolar a un hermano atormentado.
El saboreo del triunfo de la infanta y los sueños de gloria ocupaban el escaso tiempo que dejaban las intrigas, la lujuria, los miedos y las ambiciones a los monarcas.

—Memoricé esa correspondencia, como indicaste y soplé  bien fuerte para dispersar las cenizas de un documento que podría delatarte. Esta vez lo haremos juntos mientras traemos con nuestra mente, a Marianina.

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