La Farnesio II
—Mi hijo sufre por el peso que nos impone nuestro nacimiento.
Me anunció Su Majestad mientras machacaba con esmero
algo oculto a mi vista.
Me sentí muy
intimidado. Hasta ese momento yo solamente tenía derecho a escuchar lo que la
reina decía al príncipe y madre era la intermediaria.
A rey muerto, rey
puesto y pese a mi minoría, carecía de derecho a regencia o a duelo.
En efecto, el príncipe
estaba muy afectado por el cruel destino que se había impuesto a su hermana,
María Ana, prometida al niño rey, bajo la regencia del duque de Orleans, que
gobernó con el nombre de Luis XV, cuando ya la princesita había sido devuelta a
España, por ser demasiado joven para saciar las apetencias sexuales de un rey
necesitado de formación en la materia e influido por la lujuria de la corte del
regente, y para dar herederos.
También el príncipe
había sufrido el espectáculo de los efectos de aquella mientras había reinado
su hermanastro Luis I (1724), en la personalidad de la reina Luisa Isabel de
Orlaens, nieta de la Palatina, e hija del Regente.
Esta pobre niña escandalizó,
desde su llegada, a toda la corte, pese a que la última estaba ya curada de
espantos con las “locuras” de Felipe V.
El príncipe había sido
prometido a una hermana menor de la “escandalosa”. Felizmente todo había
terminado en proyecto.
La reina parecía
esperar una respuesta mientras se ocupaba, con más atención de la que otorgaba
a sus brebajes.
¿Los que había
utilizado para envenenar a madre?
Ignoro de donde me
salió una respuesta a la que me agarré como única tabla de salvación:
—Madre me ha hecho leer
toda su correspondencia con el cardenal de Fleury y ha hecho de él mi maestro;
soy un discípulo altamente apreciado.
—¡Quiero leer
inmediatamente esa correspondencia!
Su Majestad católica se fijó en mí más que en sus tareas.
—No puedo, ya no están
a mi alcance. Madre destruía todo desde que yo lo había asimilado y memorizado.
—¿Cómo no me han
llegado esos documentos?
—Madre me ha adiestrado
para evitarlo.
No
intentaba declarar la guerra. Solamente quería salvarme, ahora que habían
fallecido la Maintenon, la Palatina, el regente y Luis XIV
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