Bárbara de Braganza II
La escritura no era el
fuerte de la aún princesa de Brasil, me envió un mensajero, Vicenzo, director y
actor de la ópera: “Convitato di pietra” Una versión del “Don Juan
o el convidado de piedra, de Moliére, escrita por el napolitano Andrea Perruci
.
Sabía
del éxito de la obra en Nápoles, no había tenido tiempo…
—Caballero…
Me
susurró el divo, mientras deslizaba en mi mano el papel en el que Marianina
había escrito: “Écoute lui”.
Me
bastaba. Encontramos un sitio discreto.
—¿Qué
me traes?
Pregunté
sin poder retener mi impaciencia.
—En
primer lugar, una invitación para que sus majestades asistan a una
representación de la transformación napolitana del mito de Don Juan promovido
por Tirso de Molina el siglo pasado. Es la Comedia del Arte llevada a la ópera,
es…
—Lo
que no cuenta el “castrati”.
No
quería ser grosero, pero estaba ansioso por terminar los preámbulos y por
cortar un tema que carecía de interés para mí.
—Sé que habéis recibido un
mensaje que os he hecho llegar yo mismo. En efecto, doña Bárbara es la
remitente. La reina católica está convencida de que el cariño que profesa por Farinelli es recíproco y, en todo caso, el comunicado no contrariaba los
deseos de la Farnesio…
—¿Por qué avisarme a
mí?
—Supongo que vos
sabréis la respuesta. Su Alteza la princesa de Brasil quiere informaros de que su querida cuñada ha tirado la toalla.
— ¿Qué queréis decir?
Las palabras de Vicenzo no
me resultaban creíbles, la Farnesio se equivocó, una vez más, con la doble
alianza portuguesa.
Apenas saboreó su venganza
contra la ruptura del compromiso de la infanta Mariana Victoria con Luis XV y
de la devolución de la misma; tuvo que recurrir a los Pactos de Familia, que
unieron Francia y España, el 7 de noviembre de 1733 y el 25 de octubre de 1743.
La princesa de Brasil nunca
perdonó el uso que Su Majestad Católica hizo de su persona.
La princesa de Asturias era
cuadrada de cuerpo y su rostro, ya de por si poco agraciado estaba agujereado
por las huellas que había dejado la viruela, pero había tenido un padre que
había dorado sus ocultos tesoros.
Doña Bárbara utilizó el
tiempo en que su suegra había secuestrado a los príncipes de Asturias para que
ambos aprendieran a ejercer sus derechos.
El esposo al que se quería
castigar más encontró una cómplice que comenzó por curar las heridas infectadas
tras la muerte de Luis I. Era el único hermano que había llegado a conocer. Les
unió especialmente el odio que les “regalaba” la madrastra.
Me consta que la Farnesio
llegó a temer que doña Bárbara llegara a curar la locura que el príncipe había
heredado de su padre y que había sido bien reforzada por la intrigante
madrasta.
Bien es cierto que sabía que
las actuales Majestades Católicas estaban controladas por los “hombres de la
Farnesio, pero la reina es mucha reina.
Vicenzo me dejó en mis
pensamientos hasta que le pareció oportuno concluir.
—Ambos mensajes dicen que Su
Majestad Católica ha perdido las esperanzas de concebir un heredero. La crisis
del rey que llevó a Sus Majestades a Aranjuez ha sido acompañada de
diagnósticos catastróficos.
Me lo temía, pero era tan
fuerte mi ansia de contrariar los designios de la Farnesio que me había negado
a admitirlo.
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