jueves, 18 de octubre de 2018

CARLOS III: EL INESPERADO El motín de Esquilache


El motín de Esquilache

Insinué para intentar sacar al cura de su deleite.

—Esquilache era amigo de la Orden.

Dijo el cura.

Julia y yo guardamos silencio inexpresivo.

Sabíamos cosas, aunque ya no estábamos  interesados en los “poderes de origen divino”

Nuestro invitado aprovechaba para saborear y para calcular.

—Pediría el favor de que las recetas estén redactadas de forma que este pobre pecador pueda explicarlo a la cocinera.

El disfrute no está reñido con la táctica en una “orden” militar y así lo dejó bien claro el jesuita.

—El duque de Choisel no solamente manda en Francia. Hay personajes en Madrid que odian a reformistas como Ensenada o Esquilache: el duque de Alba, Roda y el padre confesor. Si la reina Isabel de Farnesio estuviera aún viva sería de la partida. Todos los intentos que hicieron para conseguir nuestra expulsión toparon con los acertados consejos del siciliano.

Nuevo y pesado silencio.

El fraile se abanicaba y daba a entender que carecía de prisa.

—Lástima que en los pocos días que me quedan de estancia en Las Palmas tenga tantos compromisos…

Añadió con tino.

—Asististeis  a los funerales de doña Amalia…

Silencio cortó; nuestro interlocutor tenía artillería preparada. Visteis varias veces al regio viudo. Claro, todo de “tapadillo”, formabais parte de la multitud.

No creo que Julia se extrañara de que esa gente nada, por insignificante que parezca, deja escapar.

Ninguno de los dos éramos ajenos al peligro de la advertencia.

—A nosotros nos divierte el Candide de Voltaire.

Dije con la esperanza de que mi provocación pudiera sacarnos de apuros.

Su respuesta me convenció de mi equivocación:

— ¿Crees que si los salvajes se hubieran comido a los jesuitas habría cambiado algo?


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