martes, 23 de octubre de 2018
CARLOS III: EL INESPERADO Los Alisios
Los alisios
En la travesía hacia La Habana, 1768
Ha pasado un tiempo desde la visita del maldito
jesuita; necesario para nuestra seguridad, cuidadosamente mimada.
No esperábamos tantos recursos en una población
machacada.
El otro “selecto” grupo: la inglesa y los que
ignoran la presencia del jesuita nos
tienen bien al ojo.
No son tan eficaces pese al abuso de poder que
ejercen con arrogancia
Isidro, el que nos trajo los conejos de monte que
hicieron las delicias de nuestro invitado, es analfabeto, pero nos llevó a su
cueva desde que escuchó nuestro silbido.
Para nuestros enemigos se trataba simplemente de
cantos de pájaros. Nosotros informábamos de que corríamos peligro y explicábamos
las amenazas.
En realidad Isidro se nos había presentado la
primera vez para pedirnos que le enseñáramos a escribir y fuimos nosotros quienes
aprendimos esa maravillosa forma de comunicar por silbidos.
Un pragmatismo que comuniquemos en todo el
Archipiélago sin que puedan descifrar los poderosos.
Es todo un arte.
Hay que cambiar los tonos y los significados a la
mínima sospecha.
Fuimos pastores en las montañas o pescadores que se acercan a la Gomera, para
estar a tiempo de aprovechar el soplo de los vientos Alisios que arrastra al
Caribe, incluso una frágil embarcación de pescadores.
Julia está preciosa en su papel de joven grumete
Los pescadores gomeros han aprendido a golpes el uso
de estos vientos y bastaría con uno de los tantos lamentables errores cometidos
en los cálculos de variables que no
manejan tan bien, para poner en apuros la endeblez a la que nos hemos embarcado.
—Yo siempre he llegado y alimento bien a mi familia
con el comercio que me proporciona el trayecto.
Dice Alejandro, el patrón que nos ha embarcado.
Demasiado modesto mi interlocutor, porque comen
muchas familias del producto de sus ilegales viajes.
—En la Gomera hay testimonios de viajes de ida y
regreso de pescadores que han aprovechado estas corrientes, desde el siglo XV.
Formo parte de una saga que ha vivido siempre de esto, al margen de la ley,
claro.
Nuestro anfitrión nos contó con gusto que Colón pasó
un tiempo en Gomera porque quería enterarse de las “leyendas” sobre pescadores
que habían regresado con éxito. No lo logró, porque es un secreto entre los
pescadores gomeros. Si lo hubiera hecho no se habría lanzado a la aventura del
“Descubrimiento” en el momento más incómodo del viaje que nos regalan los Alisios.
Yo escucho interesado. Las aguas y los vientos están tranquilos,
esta “cáscara” resiste y Julia esta preciosa en su lucha para protegerse del
sol.
Comprendo que los pescadores gomeros no quieran
difundir secretos que les dan pan, a quién se lo quiere quitar.
Pero, he prometido a mi socia terminar la redacción
de este informe para que nos dé tiempo a tener suficientemente protegido el
documento, en el océano, en el caso en que éste tragara nuestra débil
embarcación.
Escribía mientras el “pescador” controla las velas y
se desahoga.
Hacía ya unos días que observaba mi escritura
Me sorprendió su comentario:
El duque de Huéscar, de Alba y un montón de títulos;
el marqués de Ensenada, Carvajal, Wall; todos ellos hombres de la Farnesio que
han fraguado su poder en las luchas en Italia para conseguir coronas a los
hijos de la reina y que continúan influyendo en el reinado de Carlos III, pero
lo que ha jugado un papel más importante en todo esto ha sido el monopolio del
comercio con América, primero de Sevilla y luego de Cádiz: Ensenada y,
posteriormente Esquilache cayeron porque querían abrir ese mercado a otros
puertos y los otros mandamases tienen intereses y, grandes en el caso del
primero, en Andalucía y quieren mantener los suculentos beneficios que obtienen
por la exportación de sus productos.
Empieza a agitarse nuestra cáscara de nuez y una
simple mirada de Julia me hace comprender que es mejor que pongamos el
documento en el recipiente que ella había tan amorosamente preparado.
¿Saldremos de ésta?
El testimonio tiene que sobrevivir y antes de
mancharlo con nuestros vómitos es necesario ponerlo a salvo.
— ¿Tan poco confías en mí?
Reprochó Alejandro.
No tengo fuerzas, pero lo escribo
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