lunes, 15 de octubre de 2018

CARLOS III: EL INESPERADO JULIA




Julia


Mi invitada me cortó contundente, pero amable.

—Sus Majestades de las Dos Sicilias no apreciaron el papel de doña Bárbara en la caída del marqués de Ensenada. Era un buen gobernante.

—Desde luego, no puede negárse mérito de controlar gastos, incluidos los de la Casa Real, de hacer un buen catastro para ajustar los impuestos a la riqueza, de modernizar las comunicaciones y los ejércitos, de moderar los privilegios de Iglesia y nobleza, de crear riqueza, pero es racista y sanguinario, como quedó probado entre los meses de julio y agosto de 1749, con su tentativa de eliminar a los gitanos.

—Yo soy gitana.

Dijo Julia, con marcado orgullo y añadió:

—Crees que un hombre tan estúpido: el mismo que está trayéndose de Europa familias para la España despoblada por las guerras, puede comprender a los aborígenes de la América española?

La emoción interrumpió unos segundos su sentencia:

—No estamos aquí para hablar de eso, mi querido amigo.

¿Por qué me sentí rojo como un tomate?

Bueno, del tuteo a la amistad no hay una gran diferencia, pero los encuentros obligados con esta gitana agridulce iban tomando más y más espacio en mi vida.

—¡Tenemos que hablar de los jesuitas!

Cortó en seco mis ardores la ninfa.

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