martes, 16 de octubre de 2018

CARLOSIII: EL INSPERADO Los Jesuitas


Los jesuitas

 

Felipe V y Fernando VI escogieron confesores de la Compañía de Jesús; y la poderosa amante de Luis XV, Madame de Pompadour mantenía formaba parte de la red de Ensenada.

¿Cómo explicar estas intrigas?

—Todo el mundo sabe que la guerra entre Inglaterra y Francia está a punto de estallar y que los jesuitas tienen interés en meter a España en el conflicto.

Concluí que era alumna aventajada.

—¿Quién te ha enseñado?

Pregunté por disimular mi perplejidad.

—La vida

Respondió como si tuviera ya preparado la respuesta.

Comprendí que tenía que concretar.

—Desde principios de esta década la prensa inglesa trató con detalle los movimientos bélicos que está llevando a Cabo, por su cuenta y riesgo, en La Habana.

—El rey de las Dos Sicilias considera que la Reina Católica activó el conflicto, en 1750, con el Tratado de Madrid.

—Es un hecho que España recuperó Colonia del Sacramento y cedió, a cambio, la parte de Paraguay que linda con el Río de la Plata a Portugal. Su Majestad Católica se aseguraba un punto más estratégico, creo.

Julia me miraba provocativa y ¿ordenó?

—Hablemos de la guerra del Mate.

La dama venía mucho más preparada de lo que esperaba.

Cierto que doña Amalia fumaba puros que le llegaban directamente de la Habana, pero no me parecía probable que  dispusiera de ánimos para mirar al “Nuevo Mundo más allá de lo que predica la Santa Madre Iglesia.

Julia debió leer mis pensamiento´-

—Es mi curiosidad. Ambos sabemos lo que tenemos que transmitir a nuestros respetivos señoras y señores. Lo de La Habana es una excusa. Me consta que Ensenada informó de la ampliación y modernización de los astilleros de El Ferrol, La Habana y Cádiz. Los Ingleses se acogieron a ese argumento, con el pretexto que el armamento era señal de hostilidad para embarcaciones de su bandera. Dejemos aparcado ese tema y hablemos de la guerra del mate.

 

Esta chiquilla me vuelve loco. Su misión, desde luego, no le ha llevado a informarse de las desgracias de los guaranís, traicionados por los jesuitas y por el Tratado de Madrid.

—¿Vas a pretender ignoraba la ingente fortuna que se hacían los jesuitas con el tráfico del mate, gracias a sus prebendas evangelizadoras en las propiedades cedidas por Su Majestad Católica a los aborígenes.

—Niego la mayor; hay mucha documentación que prueba que España está al corriente del nuevo oro: el mate. Tiene clientes cercanos, que abaratan el transporte. Los señores jesuitas se la han montado muy bien: son los protectores de los Guaraní, una tribu acosada por otras poblaciones aborígenes más guerreras y por los portugueses, que utilizaban la vecina  Colonia de Sacramento para venderlos como esclavos, a través de los ingleses.

¿Cómo no poder explicar eso a una gitana que ha sabido medrar?

—Bueno…

Dijo ella, sin expresar lamento.

Añadió en voz fluida.

—Veo que no confías en mí.

Añadió con resignación:

—Duele, pero puedo con ello. No te preocupes.

Y concluyó:

—Era una manera de pasar el rato …

Añadió con la sonrisa de su misión.

—Doña Amalia necesita que permanezcamos reunidos un par de días, lo que necesite para reponerse de sus constantes partos.

—Yo no soy agente de Doña Amalia: no me interesa su empeño en obedecer órdenes “divinas”. No soy creyente.

—Yo tampoco.

 

Respondió ella con un gesto que quería decir “más vale tarde que nunca.

No le pareció suficiente; remachó: No estamos aquí para servir a nuestros señores.

De hecho, mal que bien yo me las arreglaba sin señores; aunque mi clientela era pobre, mis escritos, clases y esas cosas que podía ofrecer me permitían ser libre.

Guardaba, eso sí, un afecto por esas personas que “servía” y con quienes compartía recuerdos de infancia, pero ya no era como antes.

Sobrevivía.

Vi los ojos de Julia.


Temblé.


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