El coronel Giovanni Battista
La nobleza italiana se entendía bien con la catalana : los Austrias ya
tenían una parte importante de estrategas italianos en sus ejércitos y, había unos centenares
de altos cargos italianos en los
ejércitos de Su Majestad Católica; por ese lado estábamos protegidos, según
nuestros informadores.
El caso de Giovanni Battista merece mención especial: formó con su
propio peculio el Regimiento que había nombrado el rey, mucho antes de que
llegáramos, y allí estaba…
Este hombre fue, sin duda, el más oportuno tesoro que tuve la suerte de
encontrar.
—Es muy simple; nuestro encuentro con los catalanes fue bueno para ambos, cuando los Austria
unieron las coronas de Aragón y de Castilla, pasamos a ser mera pieza del
imperio, español o austriaco. Yo apuesto por Carlos de Borbón Farnesio porque
en todos los Tratados se nos promete que tendremos nuestro propio gobierno.
Me dijo el coronel en la primera
reunión que me concedió unos meses después de nuestra brillante llegada.
—No tengo la impresión de que los “poderosos” de los reinos de Nápoles y
de Sicilia piensen, siquiera, dejar de mangonear.
Me había apresurado en responder.
Sabía que mi interlocutor representaba a una pequeña parte de los
aludidos y también estaba al corriente
de la calaña de un interlocutor servido por mis agentes.
Para entonces ya me había creado, bajo cuerda, mi propia empresa que
ofrecía acceso a una información prohibida.
El hombre que representaba y que defendía a Nápoles tenía más prisa que
yo en concluir nuestro trato.
—Digamos que esas señorías ilustrísimas estorban a los Lazzaroni, al rey
Carlos, a quienes queremos dotar esta
tierra de su valor, y a una muchedumbre que compartimos el ansia de terminar
con las tumbas que está abriendo las
luchas entre las familias que mandan en las potencias que compiten en el
predominio.
—El rey y la reina, os lo aseguro, son fervientes ilustrados.
—Y católicos convencidos de que Dios les ha puesto la corona.
—Aman esta tierra.
—Pero no han sido aún destetados.
La conversación fue para largo. Daba la casualidad que había encargado a
mi empresa, era “El Tratado de dinámica”, obra publicada por d’Allembert, en
París, en 1743.
Aún no lo había conseguido
Estaba a punto de llegar. Lo sabía.
—Cuál es su interés por la obra
Me atreví a preguntar.
—El análisis de la inercia que repele la energía por mucho que esta
mane…
Así fue nuestra primera, larga y fructífera conversación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario