miércoles, 17 de octubre de 2018

CARLOS III: EL INESPERADO PARTE III Y lo veíamos venir



Parte III


Y lo veíamos venir

Las Palmas, 1767

Julia y yo habíamos cumplido nuestro cometido en las cortes.

Necesitábamos salir del inmenso sepulcro.

 

No sabíamos a donde emprender el vuelo y nos vinimos a Las Palmas.

Costó algo de esfuerzo recibir con dignidad al padre Manuel Luengo, jesuita que tenía que ocultarse por la orden de expulsión de los territorios de los reinos de la Península, primero . (Fechas)

Como buen fraile, tenía amigos por todas partes, incluso entre los “inquisidores de Las Palmas.

—¡Prepararé un buen sancocho!

—¿Con qué?

Me salió la neurosis.

Julia se limitó a abrir el arcón en el que ví un buen trozo de cherne secado al sol y a la brisa con todo su cariño.

No nos faltaba de nada ¿Por qué me preocupaba si nuestros ingresos eran básicamente en comida?…

—¿Por qué este personaje tiene tanto interés en vernos?

Pregunté para calmarme.

—Es a ti quien quiere ver, o, al menos a quien ha dirigido la petición.

¿Me estaba haciendo un reproche mi socia?

No sé, está un poco rara la chica.

¿Por qué quiere verme el jesuita?

Cuatro ojos ven mejor que dos, pero, Julia tiene los suyos ocupados en poner color en nuestra morada.

No hablamos más de nuestro invitado hasta que éste se presentó y nos informó:

—Recurro a ambos para que hagáis llegar mi mensaje a Su Majestad Católica.

Nos quedamos de piedra. Nadie, en el Archipiélago, sabía de nuestras relaciones del pasado y con la “Orden” no habíamos tenido tratos.

—Pienso que hay un error.

Dije, simplemente para ganar tiempo.

—¿Esperan invitados?

Se relamía el cura con los aromas que salían de la cocina.

—A vos.

—Lo había previsto con regocijo Se notaba aunque no llevara sotana.

—A nadie negamos hospitalidad o escucha y el buen hablar se une al  buen yantar. La persona que nos pidió que os recibiéramos merece nuestro afecto, pero no tenemos relación alguna con su Majestad Católica.

—Caballeros, la mesa está servida.

Dijo Julia para regocijo del fraile.

—Reconozco que necesitaba este consuelo.

—¿Acaso no estáis bien tratado por nuestra amiga común?

—Demasiado británica…

Guardó un corto silencio para escrutarnos.

—Se esmera mucho, pecaría si lo negara. ¿Habéis probado los “manjares” de la dama?

Un silencio de cómplice discreción. No le vimos rezar y no creo que se diera tiempo.

Tal era su precipitación por saborear el conejo que había preparado Julia. Teníamos cambio de menú. Bueno…

—¿Cómo has adivinado mi manjar favorito?

Dijo el fraile sacando a relucir, sin recato, su placer.

—Y esta salsa… ¿Cómo has conseguido tal delicia?

—Escribiré cuidadosamente las recetas.

Dijo Julia.

Ambos estábamos ansiosos de conocer el recado retenido por glotonería.

—Los reyes de Las Dos Sicilias no admitieron que nuestra unión no se celebrase ante Dios.

Era así de alguna manera y, desde luego, carecía de interés en dar más detalles.

El fraile no se cortaba en relamerse, pero supo sacar partido a un comentario al que no mostró interés alguno.

—Te recuerdo que en periodo del poder del marqués de Ensenada, desde 1747 a 1754, España dio pasos de gigante y hasta el momento, su Majestad Carlos III no ha sabido recoger las cosechas que dejó germinadas el Marqués. Falta riego.

Cierto, Su Majestad de Las Dos Sicilias había encontrado en su gobierno la joya del que luego hizo marqués de Esquilache.

Un buen elemento para el Soberano que quería gobernar para el pueblo que le ha designado Dios.

Mi mal disimulado ateísmo me había alejado bastante de Su Majestad, pero estaba el hermanamiento de sangre y, en cierta manera el consejero hasta que apareció el alumno aventajado, quien, como yo, había crecido desde la casi nada.

Hay una diferencia entre ambos a él le gustan poder y lujo,

—Ensenada reparó arcas agujereadas y sacó cuartos para captar potenciales y para formarlos donde fuera necesario. España estaba en la inopia, ¿Cuántos de esos tesoros han sido recuperados por Esquilache?

Digamos que el marqués me sacó de apuros Dejaba a Su Majestad de las Dos Sicilias en manos más apropiadas para sus fines…

Carlos no hubiera debido traérselo a España, El jesuita llevaba razón.

Desde luego no podía permitírselo; Esquilache hizo bien su trabajo, así se lo hice saber a nuestro invitado:

—Tengo entendido que la “Orden” tuvo algo que ver con el motín que


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