sábado, 13 de octubre de 2018

CARLOS III:EL INESPERADO El marqués de la Ensenada II


 

 

El marqués  de la Ensenada II

Doña Amalia se puso a vomitar. Julia se precipito en su ayuda.

La reina paró, con un gesto irritado las buenas intenciones. Unió todas sus fuerzas para invitarnos a irnos juntos.

Las criadas y las damas de honor no tardaron en llegar.

—Tenéis mi dispensa ambos; voy a tener tres días en los que harto tendré con soportarme. Tiempo suficiente para mi encargo

Decidí llevar a Julia a mi humilde aposento; lugar seguro para hablar sin temor al espionaje del Marqués  de la Ensenada.

Mi acompañante no puso obstáculos; se diría que así estaba previsto, incluso en  una vestimenta sobria, la que nos correspondía, que llevábamos con mucha honra.

Mi invitada no se mostró molesta por el barrio, el descalabro de mi hogar o el desorden del mismo.

—¿Por qué estás tan seguro de que aquí no hay oídos? Ese hombre tiene espías en todas partes…

Fue el único reproche.

—¿Por qué has aceptado acompañarme?

Respondí sin abusar de revanchismo.

—Yo creo en tu criterio pese a…

Julia pareció arrepentirse del inicio de una franqueza que estuvo a punto de salir.

—…que sus majestades de la Dos Sicilias…

Intenté concluir, pero ella no me dejó.

—Doña Amalia me he enviado casi cada día a tu encuentro. Has rechazado todas las prebendas que te han sido ofrecidas. Te has alejado de la corte y, además, se sabe que tienes muy buenas relaciones con el marqués de la Ensenada…

—Nunca las he ocultado. Él fue el único que me consoló cuando perdí a mi madre.

—Lógico…

Julia volvió a traicionarse.

También se arrepintió demasiado tarde.

En efecto, el entonces hidalgo con pocos recursos y mucha ambición y genio gozaba de las simpatías de madre y le echó  una mano para introducirle en la corte de la reina María Luisa de Saboya. ´

Él quería medrar y era una buena fuente de información.

—No hace falta que me lo cuentes. Sé que mantienes correspondencia.

Me interrumpió con una sonrisa.

—Nos une el intento de protección de los hijastros de la Farnesio, también la infancia del rey de Las Dos Sicilias gozó de su intento y no creo que doña Bárbara tuviera quejas de su secretario particular.

Respondí forzado.

—Es ella quien se obstina en prescindir de sus servicios y en alejarle de la corte.

Respondió mi invitada.

Esta tiene cara de chiquilla.

Habla como una enterada.


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